Página Literaria

                                                                                       Profr. César R. González R

 

 

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CUANDO SE QUEMARON LOS MUCBIPOLLOS.

 

 

 

César González Rosado.

 

 

¿Te acuerdas?...era el día de los muertos…entonces cavaron un hoyo grande y profundo, pusieron  leña verde en el fondo y piedras encima. La resina de la madera ardió con lengüetadas de fuego como si los mismos demonios hubieran  abierto la puerta  del infierno. Al consumirse la leña quedaron las piedras al rojo vivo y encima colocaron las latas con los mucbipollos que taparon con hojas de plátano, pitas de henequén y paletadas de tierra encima como si hubiesen enterrado  a un  muerto.

 

¿Te acuerdas?...algo raro pasó que esa vez no supieron calcular el tiempo, o fue que a lo mejor las piedras estaban demasiado calientes… y se quemaron los pibes. Cuando quitaron la tierra para ver si estaban cocidos, ¡Oh sorpresa!, ¡todo estaba chamuscado, todo negro como el carbón!

 

Doña Chonita desesperaba: -¡Los invitados difuntos llegarán pronto, el rosario hay que rezarlo, y qué  “esencia” van a tomar los difuntos  si  los pibes  están quemados!...y se tronaba nerviosa los dedos… -¡Ni modo de hacer otros con tan poco tiempo! -¡La masa y el kool se han gastado, la manteca y el achiote también, de  las  hojas de plátano y del epazote no queda  nada!...

 

Doña Chona se puso a llorar como el diluvio y sus lágrimas  formaron un  gran charco junto a ella. Con ojos de tristeza pedía perdón a las santas ánimas:   -¡por lo menos quedan el tanchucuá, los izhuaes y los pibinales!.-

 

¿Te acuerdas?...A don Pancho Ek  el retranquero de la estación del tren le echaron la culpa, dijeron  que no calculó  bien el fuego de las piedras, que fue demasiado.

 

El rosario transcurría: ¡ánimas del purgatorio!... ¡rogad por ellas!...Qué Dios los saqué de pena y los lleve a descansar”…y doña Chona seguía llorando y sus lágrimas  escurrían como un arroyo por el declive del piso.

 

Don Pancho sintiéndose culpable por la quema de los pibes, apurado, raspaba  y raspaba con un cuchillo el hollín de algunos, con la  esperanza de salvar algo,  pero todo fue inútil…”arca de la alianza, rogad por ellas”…continuaba el rosario.

 

-¡Doña Chonita! ¡Doña Chonita!, gritaron al mismo tiempo algunas mestizas del servicio, venga a ver, el altar está lleno de pibes, no sabemos quien los trajo, a lo mejor fueron las vecinas que  supieron  se habían quemado los nuestros.

 

Chonita se secó los ojos, brincó el charco de sus  lágrimas para no mojarse los pies y presurosa corrió a ver lo que parecía ser un milagro. Ella dijo: -¡Tendré que agradecer  a mis vecinas su generosidad por regalarme tantos pibes para mis muertos!

 

-¿Te acuerdas hermanito?...entonces .sonreímos con picardía de muchachos y nos sentamos a la mesa con los abuelos también difuntos. Chonita se puso feliz aunque nunca supo lo que pasó, pues las vecinas negaron ser ellas las autoras del milagro, pero sí que habían desaparecido en forma misteriosa algunos pibes de sus altares.

 

Naucalpan, Edo. de México noviembre de 2007.

Mail: crglezr36@yahoo.com.mx

 

 

       

EL HOMÓNIMO.

César González Rosado.

                                                                       

Todos los días a muy temprana hora Anselmo lee el periódico. Es un empedernido lector de noticias y devora con los ojos los matutinos de cabo a rabo. Un día, al leer su columna favorita, “OBITUARIO”, para enterarse de quienes se habían ausentado de este mundo, o bien saber si alguno de sus malquerientes adversarios se había adelantado en el viaje eterno, encontró con gran sorpresa  su propio nombre  con la nota de la defunción: “Víctima de repentina dolencia el día de ayer  falleció el Sr. Anselmo Quijano Pérez, estimado caballero a la edad de 45 años. Hoy recibirá cristiana sepultura en el Panteón de la Piedad  a las 10 horas”. Numerosas esquelas llenaban varias páginas de los periódicos en donde se daban los pésames.

 

-¡Qué casualidad!, se dijo Anselmo, este mi  señor homónimo tenía la misma edad que yo. Siguió leyendo y exclamó aún más sorprendido. -¡Si no lo leyera no lo creyera!: La esposa y sus hijas se llaman igual que las mías… y rió a carcajadas de muy buena gana. Presuroso las llamó  para compartir con ellas tan divertida noticia de su presunto fallecimiento y al no encontrarlas pensó que habían salido con  rumbo a la escuela.

 

Movido  por la curiosidad Anselmo decidió ir  al sepelio. Quería saber quién era ese señor que se llamaba igual que él, así que presuroso montó en su automóvil y se dirigió al  velatorio. Al llegar, tuvo dificultades para estacionarse pues numerosos carros ocupaban los espacios y le fue difícil encontrar uno vacío.

 Sin duda el difunto era muy importante, pensó, quizá un alto funcionario de gobierno o empresario o ambas cosas a la vez, pues este era de los sepelios a los que concurría mucha gente  y a los que él mismo solía asistir en sus andanzas de político.

 

En la funeraria se encontró con personas conocidas a quienes saludó. Sin embargo, se extrañó, parecieron no verle pues no respondieron a su cortesía. Desconcertado dirigió sus pasos hacia el féretro que estaba rodeado de múltiples coronas y ramos de flores con cintas escritas con el nombre del difunto, que a él  le causó zozobra, pues ya dijimos,  era su homónimo. Colocose en turno para hacer una guardia, más con el propósito de ver el rostro  del cadáver que  rendirle homenaje.

 

Ya junto al catafalco, quedó perplejo al darse cuenta de que el fallecido se le parecía mucho y llevaba puesto un viejo anillo de graduación en el dedo anular izquierdo, semejante al que él mismo usaba. Preso de la angustia desvió la mirada,  sostuvo la frente pensativa con la mano y pudo ver a su esposa y a sus hijas que sollozaban desconsoladas. Se estremeció…cerró los ojos…instantes después una paz interior le invadió y sintió que flotaba en un ambiente de nebulosa blancura. Entonces…Anselmo…comenzó a sospechar que estaba  muerto…

 Naucalpan, Edo. de Méx.  septiembre de 2007.

Mail: crglezr36@yahoo.com.mx

 

 

 

          

   “Chocolomo a las tres”
        (Y el tiempo se detuvo)


“Hoy chocolomo a las tres de la tarde”, decía el letrero de cartón puesto sobre las astas de un robusto torito amarrado en el tronco de un árbol, a la vista de los clientes de la carnicería.

Los compradores acariciaban al manso animal dándole palmadas de consueloen el lomo agradeciéndole su fatal destino.

 La piel negra del toro brillaba con esplendor y los ojos, como profundos pozos, reflejaban el arribo de los clientes que compraban kilo a kilo su vida próxima a finalizar.

En punto de la hora anunciada fue sacrificado el animal y destazado sobresu propia piel, a la vista de quienes quisieron ver para certificar la frescura de la carne. o. por insana curiosidad. Algún vecino recogió con una jícara la sangre caliente y bebió convencido de que era buena para la energía masculina.

En las cocinas hirvió el cocido sazonado con pimienta quebrada, orégano y cebollas y, los olores que invadían el ambiente, estimulaban el apetito.


Los comensales disfrutaban los trozos de deliciosa carne, los huesos contuétano, hígado, riñón, corazón, sesos y el sustancioso caldo, aderezados con chiltomate, chile habanero, naranja agria, rábanos, cilantro y tostadas fritas.

Cada viernes se repetía el ritual del torito con su letrero anunciando elchocolomo, aunque un día apareció modificado: “Hoy chocolomo gratis,cortesía de don Donato, candidato a la presidencia municipal por el partido rojo”, pero ya no fue un sólo  torito, sino tres y a veces cuatro, en diferentes lugares del pueblo.

La gente formaba largas colas para recoger el kilo de carne amarrado conhilo de sosquil que se entregaba a cada familia a cambio de la promesa desu voto el día de las elecciones. Cada ocho días se repetía la escena conla presencia del candidato que les obsequiaba también un discurso cargado de promesas.

Todo iba muy bien hasta que una asociación para la protección de los animales inventada por la oposición protestó ante las autoridades por el sacrificio de los toritos a la vista del público y el humillante letrero con las siglas del partido. Fue tan grande     el escándalo que armó la agrupación que al candidato no le quedó más remedio que olvidarse de la estrategia, pues ya no    le permitieron hacer propaganda abierta con el torito del letrero en las astas. De todos modos dio buenos resultados el tiempo que se pudo hacer, pues a final de cuentas ganó las elecciones y fue presidente municipal.

Han pasado muchos años y he regresado a mi pueblo de paseo. Por supuesto que ha cambiado y marcha con la modernidad. Sin embargo, descubro un lugaren el que parece que el tiempo se detuvo: una carnicería y un torito amarrado a un árbol con un letrero en las astas: “Hoy, chocolomo a las tres”.— Naucalpan, Estado de México.

cesarramon0@aol.com

 

                               HANAL PIXAN

                      Encuentro Amoroso de Familia           

 

César González Rosado.

 

Era el día de difuntos, entonces Raquelita me dijo: -Ve a casa de doña Conchita  y compras cuatro hojas de plátano, de las tiernas, que sean grandes y que no estén rotas.

Así lo hice. La vecina cortó del platanar las hojas que aún escurrían gotas brillantes de rocío mañanero, pagué tres pesos. Cuando regresé mi madre había mandado traer ya la masa, el achiote, la carne de puerco y de gallina, el espelón, la manteca y todas las demás cosas que se requieren para hacer los pibes. El kóol ya se estaba cociendo.

¡ Qué bueno que volviste pronto! -dijo ella- la hoja de plátano  es lo único que me faltaba para preparar los mucbipollos; pronto llegarán  las visitas. Ayúdame a poner la mesa.  A las dos debemos estar listos para comer con ellas.

Siguiendo sus indicaciones puse un mantel que la abuela había tejido. Aunque era muy anciana le había vuelto la vista y nunca perdió su habilidad para tejer hermosas prendas.

-Ahora  que “chichí” venga de visita a la casa en este día, -continuó Raquelita mientras preparaba los pibes- -seguramente le dará mucho gusto ver su preciosa obra engalanando la mesa.

Las latas con los  mucbipollos fueron colocadas en un gran hoyo en la tierra con leña encendida y piedras calcinadas para su cocimiento, cubiertas con hojas y pitas de henequén y tierra encima para conservar el calor. Así,  después de tres horas fueron sacadas.

El altar lucía adornado con flores de x’kanlol, con papel de china recortado en figurillas, con calaveras y esqueletos de azúcar y objetos de barro pintados de colores. Algunas antiguas fotografías de los parientes difuntos y pequeños objetos que les habían pertenecido evocaban el tiempo que les tocó vivir. Los pibes y las otras viandas fueron colocados al pie de la ofrenda. Los incensarios emanaban sueños, las velas encendidas parpadearon fantasmas en la penumbra de la ofrenda.  Rezamos el rosario: “Que dios los saque de pena y los lleve a descansar”, amen,  repetíamos en coro  para el perdón  de los pecados de las ánimas del purgatorio. 

Se colocaron sillas alrededor de la mesa para recibir a las visitas.

Raquelita me dijo:

-Espera en la puerta, tú vas a recibir  a los abuelos y a la tía Felipa que viene con ellos.

La tía Felipa fue persona muy querida de toda la familia, trabajaba como comadrona en el pueblo, cobraba por los partos doce pesos por niña y quince si era niño, pero a sus sobrinas las atendía sin cobrarles un centavo, así es que cuando nacimos mis hermanos y yo no se le pagó dinero alguno.

A las dos de la tarde llegó el tatarabuelo D. Tomás que había sido coronel del ejército yucateco cuando la guerra de castas. Dicen que encabezó la defensa del pueblo contra varios ataques de los insurgentes mayas, logrando contenerlos. Vestía uniforme militar de la época, lucía sus medallas en el pecho, portaba una gran espada y una pistola antigua. En el pueblo aún es considerado un héroe junto con los otros quince oficiales de la guarnición militar de entonces y en su homenaje hay un obelisco con sus nombres enfrente de la iglesia.

Poco después llegaron D. Nicanor y doña Benigna, los bisabuelos, que fueran patrones de una próspera hacienda ganadera llamada Dzitox, cercana al pueblo, en la que también se producía maíz, caña de azúcar y miel.  El vestía de pantalón y filipina blancos y también blanco sombrero de palma fina. Ella con un vestido negro y largo, con adornos, muy elegante, como las damas antiguas que vestían a la moda europea. Al poco rato D. Bibiano y Remigita, los abuelos, acompañados del tío Beto y de la tía Felipa.

Avisé a mi madre que  habían llegado las visitas mencionando sus nombres y describiendo sus atuendos.

-¿Y cómo sabes tú quién es quién, acaso los conoces ?...preguntó Raquelita. --Si, -respondí- por las fotografías que cuelgan en las paredes de la sala. “Chichí” un día me dijo quién era cada uno de ellos. También contó sus historias.

El bisabuelo Nicanor me preguntó:

-¿Cómo te llamas?. -Ya son tantos mis bisnietos que no me acuerdo de sus nombres, comentó.

-Soy Ramón, respondí.

Me acarició la cabeza revolviéndome el pelo con su mano, pero no la sentí.

Muy hacendosa mi madre sirvió los mucbipollos, las horchatas, el tanchucuá, los pibinales, el atole nuevo, el pan de elote y otras deliciosas comidas propias del día a toda la familia. Las visitas comían pero no lo hacían, los dedos de sus manos arrugadas se fundían con los objetos al tocarlos, se inclinaban sobre las viandas y aspiraban los olores. De vez en cuando sus pálidos rostros nos miraban y luego se miraban entre ellos como si platicaran algo de nosotros.

Raquelita recordó con alegría  los gratos años de su niñez que pasó en Dzitox con sus abuelos y sus padres. También a sus amigas las niñas de la hacienda compañeras de sus juegos infantiles. Así, habló de las cosas buenas de todos ellos quienes al sentirse recordados sonreían con beneplácito.

Después de buen tiempo la comida llegó a su fin, vino la despedida. Amorosos nos abrazaron como si un aura nos envolviera. Me atreví a preguntar si volverían para el “bix”…les dije adiós con la mano y sus figuras se disolvieron  en la media luz del atardecer.

 -¡Los familiares se han marchado! ¡Miren los platos y los vasos! ¡Comieron bien, se fueron contentos!, dije con tristeza.

Estupefactos todos miraron: Los mucbipollos se habían reducido de tamaño, de las horchatas y del atole nuevo quedaba tan sólo el agua, de los pibinales los bacales, las jícamas estaban enjutas, las copas de xtabentún vacías…

Entonces Raquelita exclamó sonriente y afirmando con la cabeza:

¡ Las visitas han disfrutado “la esencia” de las viandas

Vocabulario :

-Hanal pixán: (Janal pishán): comida de las ánimas.

-Pib: tamal grande de masa con achiote y frijol nuevo -“espelón”- en vaina, manteca y otros ingredientes, envuelto en hoja de plátano, cocido en horno de tierra, que se sirve en ocasión del día de muertos.

Mucbipollo: Similar al “pib”, pero además con carne de gallina y puerco.

-Kóol: Preparado de masa, achiote y manteca –especie de atole- con el que se preparan los mucbipollos.

-Chichí: Abuelita-

-X’kanlol: (shkanlol): Flor amarilla silvestre.

-Pitas de henequén: costales de esa fibra.

-Pibinales. Elotes cocidos en horno de tierra.

-Atole nuevo: Atole hecho con maíz nuevo.

-Tanchucuá: Atole de chocolate.

-Bix: (bish): “ochavario”. Modismo. A los ocho días.

-Bacales: vara de la mazorca. Quitado el grano

-Xtabentún: (shtabentún) : Licor destilado de la flor del mismo nombre, con sabor de anís.

- “La esencia”. Expresión popular que aún se usa para referirse a lo que toman los muertos de las viandas en su día.

. Naucalpan, Edo. de México, octubre de 2005.

                                                                                                 

 

 

 

PEREGRINOS EN EL TREN

 

César R. González Rosado.

 

Jefe de estación de ferrocarril él y maestra rural ella, fue a ritmo de tren su peregrinar con sus hijos a cuestas y las mochilas llenas de ilusiones: Kalkiní, Umán, Maxcanú, Halachó. Así siempre, una y otra vez, durante varios años por los pueblos del Camino Real entre Mérida y Campeche.

Era un pueblo apacible  sin nada que lo distinguiera: sus calles terregosas, lodosas en época de lluvia y con surcos trazados por las carretas. Su iglesia con una gran cúpula y dos torres; el palacio municipal con grandes arcos en un terreno elevado; las casas simples de fachadas como rostros inexpresivos. Los limosneros extendían la mano al infinito. Un muchacho se retorcía en convulsiones poseído por los espíritus. Una moneda de 10 centavos retribuía las pequeñas manos por un almud de maíz desgranado.

El mundo tenía cinco años, poco a poco se hacía la luz en el horizonte.

Soy prisionero del ritmo del mar, de un deseo infinito de amar... La primera canción, besos apasionados, ojos atónitos. Las películas eran para todos, pequeños y grandes por igual sin importar el tema, no había censura.

Un día llegó el candidato al pueblo: Pérez Martínez gobernará, que viva  su gobierno...” decía la canción que se cantaba en honor de D. Héctor, postulado oficial al gobierno del estado de Campeche. Contagiado por el entusiasmo de la gente seguía a la multitud que acompañaba al candidato y los encendidos discursos de fe revolucionaria estimulaban su imaginación: años después, cuando joven, se afilió al partido. 

Las procesiones políticas no eran las únicas; también se daban las que organizaba el cura del pueblo, bondadosa persona, un rumor corría sobre su participación en la guerra cristera. En la iglesia y en las procesiones por las calles del pueblo, se cantaba: Viva Cristo Rey, viva Cristo Rey, impere doquiera triunfante u ley... Asistía devoto a los ritos de la Iglesia Católica y en la escuela a las ceremonias en recuerdo de los santos laicos: Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero, Zapata y Felipe Carrillo Puerto, pensaba, se parecían a Cristo, tenían ideales en común y todos ellos habían luchado en su tiempo y a su manera por la gente.

Paso a pasito a Belem vámonos, a ver al niño que es hijo de Dios, le llevaremos tortitas de miel, de la mejor que se hace en Belem... La lámpara improvisada con un bote de leche con agujeros y el humo de un mechero de petróleo cubrían de tizne el rostro y obstruían las fosas nasales del pequeño peregrino. Se aproximaba la Navidad, las posadas rompían el silencio y coloreaban la obscuridad con los faroles chinos hasta la puerta mayor de la iglesia. Entren santos peregrinos reciban este rincón... La débil llama de una veladora parpadeante perfilaba sombras sobre el altar mayor como fantasmas que volaban. Tenía frío y el pantalón mojado, gemía, a lo lejos escuchó la voz de su madre que lo buscaba. Respondió -aquí estoy. Se había quedado dormido en una banca del templo. Amorosamente su madre lo cobijó en su regazo y volvió a su casa. 

El silbato se escuchó a los lejos y presuroso dirigió sus pasos hacia la cercana estación del ferrocarril. Todos los días acudía a ver la pasada del tren que procedente de la ciudad de Campeche con destino a Mérida, se detenía en los pueblos situados a lo largo del Camino Real. Serían las cuatro de la tarde y serpeando en veloz carrera por entre los charcos de la calle, espantaba las mariposas que se arremolinaban multicolores sobre el lodo.

En la estación lo esperaba su padre con los diez centavos de costumbre que bien le alcanzaba para comprar las garnachas y la horchata... En el andén las mestizas ataviadas con huipiles y rebozos de Santa María, ofrecían sus variadas ventas que impregnaban el ambiente de olores y sabores deliciosos. Al detenerse el tren los pregones de las muchachas vendedoras no se hacían esperar: panuchos, salbutes, horchatas, de todo, antojos de la región. Era de verse los rostros ansiosos de los viajeros hambrientos, que asomados por las ventanillas de los vagones devoraban los exquisitos manjares. No faltaba desde luego el coqueteo entre los viajeros y las guapas muchachas del pueblo, que dejaban escapar en amables sonrisas las luces perlinas de sus blancos dientes en complacencia al forastero.

El maquinista del tren era su amigo y de vez en cuando le permitía subir a la locomotora. Era un tipo corpulento de overol aceitoso y con la cara cubierta de tizne; aunque de amenazador aspecto, buena persona. Se llamaba Acrelio, gustoso explicaba los secretos de la locomotora de vapor: las entrañas de fuego consumían grandes atados de leña y agotaba cual sediento dragón el depósito de agua que lo abastecía.

Cierta mañana, al ponerse en marcha el tren un pequeño vendedor resbaló del andén y cayó hacia abajo, a un lado de los rieles por donde giraban las enormes ruedas de acero que amenazaban triturarlo al más leve movimiento. !Gritos de horror, rostros de espanto, confusión! Señales desesperadas avisaban al maquinista para que detuviera el convoy.  Acrelio estaba en lo suyo moviendo palancas y abriendo llaves para dar mayor velocidad a la locomotora y no se percataba del incidente. El fogonero alimentaba con leña la caldera infernal de la máquina que echando fuegos y espesos humos negros por la chimenea y resoplidos de vapor por los escapes, corría cada vez más rápido ante la mirada atónita de la gente.

El rostro pálido de muerte, los ojos llorosos y las pupilas dilatadas del niño presagiaban un cruel desenlace. Velozmente y muy cerca de la cabeza pasaban las escalerillas de los vagones que amenazaban decapitarlo al primer movimiento. El niño trataba de incorporarse agravando con ello su situación. De pronto, chirridos de frenos, golpeteos de vagones que chocaban entre sí estremecieron el ambiente. El tren se detuvo. Por un milagro el maquinista alcanzó a percibir por el retrovisor las confusas señales, algo malo pasaba, instintivamente aplicó los frenos a punto de que el niño fuera hecho pedazos. Acrelio había salvado la vida del pequeño vendedor.

Poco tiempo después, una tarde, el tren no llegó, había descarrilado con saldo de muertos y heridos. Acrelio murió en su locomotora… y el ferrocarril del camino real continuó su marcha con su cargamento de nostalgias y esperanzas.

                        

                                                                 

 

UN OFICIO EN EL QUE NO CABE LA TRISTEZA

( De Abolengo)

 

P. César R. González R. 

 

 

En mi trabajo no cabe la tristeza. Se requiere estar calmado, fuerte de nervios, conocer a las personas para ayudarlas en los momentos difíciles, ser un poco psicólogo, porque algunas desesperan, gritan, lloran y a vecesse desmayan. Otros ríen y platican en voz alta como si nada hubiera pasado.

 

En mi trabajo no cabe la tristeza, así lo aprendí desde niño, mi padre me enseñó y a él mi abuelo y así para atrás, porque han de saber ustedes que mi oficio es de abolengo, viene de muy antiguo. Por eso sé de muchas historias que aquí han sucedido.

 

Aprendí de mi padre a preparar unos remedios con hierbas que crecen aquí mismo, por entre las tumbas. Cuando chapeo, pongo cuidado en separar las que sirven para los brebajes y si hay necesidad los ofrezco a las personas que se ponen muy nerviosas y con ello me pagan un poco más.

 

Como ayer que vino doña Conchita a recoger los restos de su padre quemurió hace tres años. Le ayudé a sacar de la tumba el cajón carcomido porla humedad. Se veía que el señor había sido una persona de gran estatura, pues los fémures eran muy largos, más largos que los de otros esqueletos.Uno por uno doña Conchita recogió los huesos de su papá, los limpió con uncepillo y agua de jabón, mientras, rezaba. Los secó con una tela blanca y los depositó cuidadosamente en una caja de hojalata con adornos repujados,

que don “Bib”, el hojalatero, había fabricado. Cuando la señora terminó la tarea ya se ahogaba en llanto, por eso le ofrecí una infusión que le sentó muy bien.

 

En la entrada del cementerio hay un clavo grande en la pared y un poco abajo, una inscripción que dice: “En memoria de Don Cipriano Patrón, descanse en paz,  año de 1890”. Nadie se atreve a quitar el clavo, pues dicen que a quien lo haga le caerá una maldición. Según parece, este difunto murió aquí mismo. Mi padre me contó la historia y a él mi abuelo y a éste mi bisabuelo, que también era sepulturero.

 

Pero nunca la cuento a persona alguna, pues don Cipriano fue una persona de mucho respeto, era de los señores del centro, vaya, de los principales, de los ricos de mi pueblo, de Espita. Por eso no cuento la historia, pues sus descendientes podrían ofenderse..., bueno..., nada más a usted.

 

Alguna vez, en esos tiempos, después de un baile de mucho postín en los corredores del palacio municipal, al que no podían asistir los mestizos, nada más los catrines, un grupo de jóvenes que vestían de frac, así era la moda entonces, ya medio borrachos hicieron una apuesta para ver quién era el más valiente que se atreviera a clavar un clavo en la entrada del cementerio, pasadas las 12 de la noche. Uno de ellos se ofreció y se cruzaron las apuestas. El joven se dirigió con martillo y clavo hacia el cementerio en las afueras del pueblo. En esos tiempos no había luz eléctrica, así es que la oscuridad era total, ni siquiera la luz de la estrellas, pues estaba nublado, lloviznaba y soplaba un viento muy frío.

 

Don Cipriano, sin miedo a los espíritus que seguramente deambulaban por los alrededores, presuroso y decidido llegó a su destino y con fuerza golpeó el clavo con su martillo, ahí mismo, en la pared de la entrada del cementerio.

 

Poco después los vecinos de las chozas de los alrededores escucharon gritos de terror, de auxilio, que poco a poco cesaron hasta el total silencio. Nadie se atrevió a salir de su casa, los vecinos del cementerio no deseaban encontrase con algún ánima en pena. En tanto, los jóvenes amigos esperaron infructuosamente el regreso de su compañero hasta que decidieron todos dar por terminada la parranda, suponiendo que Cipriano

habría hecho lo mismo.

 

A la mañana siguiente mi abuelo llegó al cementerio para abrir, eran las ocho de una mañana fría con mucha neblina y entre la bruma percibió un cuerpo sentado, colgado de la cola del frac clavada en la pared. El joven, sin darse cuenta, al intentar clavar el clavo, en su nerviosismo, había cogido con la mano izquierda la cola, quizá porque le estorbaba, vayamos a saber, de tal suerte, que un extremo quedó clavado en la pared.

 

Mi abuelo se acercó a la persona, le llamó, le sacudió y se dio cuenta que estaba muerta. Era el joven Cipriano que había fallecido de un paro cardíaco por el susto, al voltearse para regresar y sentir que alguien lo jalaba de la cola del frac. Fue sepultado con muchos honores, pues no dejó de reconocerse su valentía al ganar la apuesta.

 

A veces vengo por las noches, no más para ver qué se ofrece.

 

En realidad nadie viene a esas horas, pues la gente tiene miedo de los espíritus. Tienen razón, pues se les ve salir de sus tumbas como luminiscencias. Las personas leídas dicen que son emanaciones fosforescentes de los huesos, pero algunas de esas luces tienen verdaderas formas humanas. Por eso se asustan los del pueblo y prefieren permanecer lejos cuando obscurece.

 

Y qué bueno que a veces vengo de noche... ¡No lo va usted a creer!...:hace como un año escuché algunos ruidos en la tumba de un señor al que había yo enterrado por la mañana. Se oía una voz débil, quejidos que apenas se escuchaban. Con miedo, lentamente, me acerqué a la tumba y los lamentos se oyeron con mayor claridad: ¡Sáquenme de aquí!, decía el muerto. Me di cuenta que lo habíamos enterrado vivo, así es que abrí la tumba y lo saqué.

 

Y es que ha sucedido ya, pocas veces por fortuna. Hemos encontrado ataúdes volteados y abiertos con los restos de fuera, lo demás pueden ustedes imaginárselo.

 

Al doctor que declaró muerto al sepultado lo metieron a la cárcel y éste volvió con su familia y a su trabajo. Desde entonces, a las personas que fallecen antes de enterrarlos les ponemos un espejo muy cerca de la boca; si se empaña un poco, y hay que fijarse muy bien, quiere decir que “el muerto aún está vivo”.

 

Me llamo Tranquilino Cupul, soy sepulturero de abolengo, y en mi trabajo no cabe la tristeza. Si en algo puedo servir a usted, estoy a sus órdenes.

 

Naucalpan, Estado de México.

 

 

       

Chucho el loquito

-Relato de una tragedia de la vida real-

César González Rosado.

 La anciana de cabello cenizo, con surcos en el rostro arados por el tiempo y encorvado el cuerpo, depositó en su pañuelo blanco uno a uno, los últimos  residuos de carne triturada que quedaron adheridos sobre los rieles del tren,  después que la ambulancia del forense levantó el cuerpo desmembrado de su hijo Chucho, apodado el loquito por los vecinos del barrio.

Chucho el loquito era un adolescente con quien la naturaleza había sido egoísta. No le había dotado con la inteligencia suficiente para enfrentar con éxito los problemas complicados de la existencia. Sin embargo, él era feliz en su mundo. Ayudaba en los haceres domésticos, ganaba algún dinero haciendo mandados que le encargaban las señoras, llevaba  bien sus cuentas y era exacto con la entrega de las notas y la devolución de los cambios.

 Cuando la feria se instalaba en el parque cercano, era el primero en subirse al carrousel; compartía las alegrías con otros niños…que no eran como él. Reía,  reía, montado en un caballo de madera pintado de colores que subía y bajaba, moviendo al ritmo de la música su cuerpo grande de muchacho que disfrutaba   eterna infancia.

Cuando pequeño su madre le llevó a la escuela. Aunque  admitido  breve tiempo, fue dado de baja por la incomprensión del maestro y la mofa de sus inocentes crueles compañeros, que comenzaron a llamarle Chucho el loquito. Desde entonces deambuló por las calles cumpliendo con los mandados, también  jugando por la tardes con los niños de la vecindad. Con el paso de los años Chucho se convertía en adulto. Cada vez más se acentuaba la incongruencia de su apariencia física con su espíritu infantil.

Chucho tenía una afición cotidiana: corría hasta más no poder detrás de los autobuses que pasaban por las calles aledañas al parque y pasaba buena parte de la mañana toreando con un trapo a modo de capote los vehículos que casi lo atropellaban, ante las burlonas risas de los  transeúntes: ¡Miren,  ahí va  Chucho el loquito otra vez!, exclamaban divertidos por la riesgosa hazaña.

También gustaba Chucho de poner la oreja sobre los rieles del ferrocarril, para escuchar de lejos la vibración de las ruedas del tren que veloz se aproximaba. Los maquinistas se daban cuenta de que alguna persona obstaculizaba la vía y hacían sonar repetidas veces el silbato de la locomotora. Con el rostro alterado de emoción Chucho muy

ufano se incorporaba apenas a tiempo, para correr con la locomotora singular competencia riendo a carcajadas, agitando frenético los brazos, hasta que el ferrocarril se alejaba con el maquinista complaciente que le decía adiós. No perdía oportunidad de practicar su deporte favorito: tratar de ganarle al tren.

Un día, en su ilusoria carrera, cayó entre las ruedas con trágicos resultados. La ambulancia recogió los diseminados restos. La anciana madre vestida de  luto completó la tarea. Con su pañuelo teñido de rojo, acongojada, volvió a su casa.

Depositó  como ofrenda en el altar de un Cristo predicante los despojos del  hijo, cerró los párpados, musitó una oración…  la tenue luz de una vela en la penumbra iluminaba una inscripción al pie de la imagen del Nazareno: ¡BIENAVENTURADOS LOS POBRES DE ESPÍRITU, PORQUE DE ELLOS SERÁ EL REINO DE LOS CIELOS!

Naucalpan   Edo. de Mex. septiembre de 2004.

 

 

 

 CAMINANDO POR EL PASEO DE MONTEJO

 

             Monumento a la Patria

                      Rómulo Rozo

 

Desde el avión próximo a aterrizar contemplo la ciudad de Mérida. Ya no es el panorama de palmeras y veletas que decía Pepe Guízar el compositor tapatío que le cantara.  Se percibe hoy un panorama de innumerables torres de comunicaciones y algunas alturas modernas, en un fondo, si no de palmeras, sí de un hermoso verde esmeralda, me parece. A lo lejos la majestuosa catedral. La emoción me invade en los últimos minutos faltantes para llegar a mi tierra.

Durante el recorrido en el automóvil rumbo a mi casa pido, como es mi costumbre, entrar por la calle 59 hacia la plaza grande, continuar por la calle 60 hasta Paseo de  Montejo y de ahí por Cupules hasta Pensiones  para sentir que efectivamente he llegado a Mérida. Comprendo que es un capricho dar tal rodeo, pero es emocionante volver a mi ciudad  y caminar sus calles una y otra vez como eterno peregrino. 

Haciendo de cicerone, abordo en Santa Lucía acompañando  a algunos amigos que no son paisanos un coche de caballo rumbo al Paseo de Montejo, la señorial avenida construida a semejanza de los Campos Elíseos de París o del Paseo de la Reforma de la ciudad de México. Lamentable es que la piqueta de la “modernidad” haya arrasado numerosas y tan bellas mansiones representativas de las tendencias neoclásicas y del renacimiento francés que la burguesía yucateca de las postrimerías del siglo XIX y principios del XX, cuando el auge henequenero,  importara de Europa.

Sin embargo el paseo conserva su encanto. Algunas mansiones han sobrevivido a la insensata destrucción de otros años, de tal modo que caminar  por las banquetas de frondosos árboles y observar con cierto detenimiento las residencias es un placentero ejercicio cultural. Así, con la guía de un pequeño pero interesante libro “Cronología histórica y arquitectónica del Paseo de Montejo” de D. Carlos Cámara Gutiérrez, hice la competencia a los guías de turistas al explicar a mis amigos los pormenores de la avenida, además de comprender yo mismo, un poco más, parte de los  misterios que Mérida esconde para los indiferentes.

Entre las principales mansiones que se conservan pudimos admirar las siguientes; Casa Peón de Regil de estilo italiano, se caracteriza por su fachada en piedra labrada. Villa Beatriz, de arquitectura ecléctica y tendencia neoclásica. Casa Molina Duarte, mansión de estilo ecléctico, tendencia neoclásica y ornamentada con algunos elementos barrocos. Casa Vales de estilo neoclásico que combina la simetría en la fachada y la presencia de sobrias  columnatas de características dóricas. Palacio Cantón, representante  de la tendencia arquitectónica Manierista-Barroquizante que prevaleció de fines del siglo XIX a la primera década del XX, edificio que es el más conocido por los meridanos y que alberga el Museo de Antropología.

Las casas Cámara al inicio del Paseo de Montejo con características del renacimiento francés. Casa Menéndez  Molina, caracterizada por escalinatas de acceso, uso de balaustradas en los balcones, acodos en puertas y decorado con columnas dóricas, jónicas y/o corintias. Casa Mier y Terán Lejeune,  de composiciones simétricas generalmente eclécticas revela el afán de adaptaciones arquitectónicas generadas durante las primeras décadas del siglo XX.  Casa Peón Rivero, de estilo ecléctico con detalles arquitectónicos neoclásicos. La casa del Minarete, mansión que combina la arquitectura neoclásica propia del siglo XIX con un alto mirador de influencia morisca.

Caracterizan también el Paseo de Montejo algunos monumentos  de bronce, concreto o piedra esculpida, reflejos de la idiosincrasia de sus promotores: la estatua de  D. Justo Sierra O^Reilly, literato e historiador yucateco y acendrado defensor de la clase socioeconómica a la que pertenecían los autores y gestores del Paseo de Montejo. Obra del escultor catalán Hondenden, fue previamente modelada en barro por el artista mexicano Jesús F. Contreras. Situada en el extremo norte de la avenida, fue inaugurada el 15 de enero de 1906.

El monumento al gobernador socialista Felipe Carrillo Puerto, diseñada por el Arqto. Leopoldo Tommasi López e inaugurada en 1926, representa la antítesis ideológica de los fundadores del Paseo de Montejo y reflejo de las luchas sociales de principios del siglo XX en Yucatán. Está ubicada en la desembocadura de la calle 37.

El Monumento a la Patria del escultor colombiano D. Rómulo Rozo situada en la glorieta del extremo norte de la avenida, es obra monumental esculpida en piedra e inaugurada en abril de 1956, en donde se representa y cuenta gráficamente parte importante de la historia de México. Tuve la fortuna de conocer a D. Rómulo en su taller de escultura en la Escuela de Bellas Artes. Recuerdo su imagen sosteniendo con sus fuertes manos el martillo y el cincel ante sus alumnos, liberando golpe a golpe de la piedra, como Miguel Ángel, sus creaciones artísticas.

La estatua de Gonzalo Guerrero padre del mestizaje en nuestro continente, fue forjada en bronce por el escultor Raúl Ayala. Se ubica en el extremo de  la 3ª. Prolongación del Paseo de Montejo, -1981- en la salida a la carretera a Progreso. 

Obras todas ellas de elementos arquitectónicos y escultóricos que dan señorío a nuestra principal avenida de interesante y apasionada  historia. El mejor modo de conocerla y disfrutarla es caminando por sus amplias banquetas, observando con el apoyo de información detallada turística o erudita, según interese, las configuraciones artísticas que le dan vida. Vale la pena hacerlo y es que se pasa tantas y tanta veces por el Paseo de Montejo sin que se sepa mucho de su significado y devenir.

Algunas anécdotas y observaciones que narran los cronistas de la ciudad de Mérida salpican de curiosidades históricas nuestro recorrido. Así, el historiador D. Juan Francisco Peón Ancona nos habla de un Paseo de Montejo sin Montejo, pues no existe estatua alguna que recuerde estos importantes protagonistas de la historia de Yucatán, pues como Ud. sabe lector, existieron tres Montejos, el Adelantado, el mozo y el sobrino. El primero que inició la conquista de Yucatán, el segundo que la continuó y fundó la ciudad de Mérida el 6 de enero de 1542 y el tercero que fundó la sultana de oriente, es decir Valladolid. ¿En recuerdo de quien de los tres recibe su nombre el Paseo de Montejo? No se sabe, en todo caso debería de llamarse nuestra avenida  Paseo de los Montejo.

En Yucatán todo es Montejo: -continúa el cronista- Cerveza Montejo, sala de fiestas Montejo, Colegio Montejo, Fraccionamiento Montejo y sobre todo la Casa de Montejo en la Plaza Grande, aunque no exista estatua alguna que los recuerde, quizá porque perduren aún sentimientos anti-hispanistas. Alguna vez un gobernador trató de cambiar a la avenida el nombre de Montejo por el de Na Chi Cocom, el héroe de la resistencia maya contra la conquista, aunque a fin de cuentas perduró el nombre original. Así lo decidió la ciudadanía y así quedó, sin que ello signifique preferencia por lo hispano. En Mérida también se rinde homenaje a nuestro pasado indígena, recordemos que existen dos importantes avenidas con los nombres de nuestros ancestros mayas: Avenidas Itzaes y Cupules

Después de dos horas de  disfrutar de tan amena caminata por las amplias banquetas del Paseo y a la sombra de los ramones y tamarindos testigos que fueron de mi niñez y adolescencia, decidimos un breve descanso para platicar nuestras impresiones tomando  deliciosos helados de guanábana y coco, en conocida y tradicional  sorbetería que forma parte del ambiente meridano.

Naucalpan Mex. agosto de 2005.

 

 

                                                                                

                                                                                                 Planta de henequén

                                                           

  Las Domésticas

(Pecados del tiempo?)

                                                      César R González

“¡No me pegue más patrón, no me pegue más!”, suplicaba el indio maya que amarrado a un poste en la plaza principal del pueblo recibía 50 azotes de látigo por la falta cometida. Exhausto, los peones lo llevaron arrastrado y curaron con sal las heridas de su espalda.

“Era muy malo el patrón de X'kanlol con sus peones”, decía Raquelita al recordar los tiempos de su niñez cuando jugaba con Taz Cupul, la niña india nacida en su casa, hija de una de las sirvientas llamadas domésticas de la hacienda Dzitox, propiedad de su abuelo Nicanor. Mientras viajábamos en tren con locomotora de leña, Raquelita narraba a sus hijos las peripecias de sus primeros tiempos en su pueblo. Sucios por el humo negro de la máquina, volvíamos al lugar de origen de la familia para pasar las vacaciones de verano en la casa del abuelo.

Ya Dzitox no pertenecía a la familia; los abuelos se habían arruinado por los negocios desafortunados del advenimiento de un nuevo orden social con la revolución. Sólo quedaban recuerdos: los tiempos pasados que se recreaban en la bruma de las historias: “Doña Benigna venga pronto, la niña acaba de dar a luz una linda nené”, gritaba Francisca, la doméstica de más edad de la casa principal de Dzitox. Doña Benigna apresuró el paso y llegó al cuarto donde la Tía Felipa, comadrona de las parturientas de la familia, auxiliaba a Remigia, hija única del matrimonio de Nicanor y Benigna. A la niña le pusieron María Raquelita y la llamarían con el diminutivo de Raquelita.

Poco después, doña Benigna recibió el aviso de otro nacimiento: el de la niña de Candelaria, muchacha doméstica también de la hacienda. “¿Está bien?”, preguntó la patrona. “Sí”, respondió Francisca. “Entonces dile que se apure porque tiene mucha ropa en la batea”, replicó autoritaria doña Benigna. A la niña le pusieron Tárcila y le quedaría con su apellido: Taz Cupul.

Las niñas crecieron juntas y Raquelita compartía con Taz los privilegios de los que gozaba por ser nieta del patrón don Nicanor: ropa, golosinas, el tiempo de juegos y otras ciertas ventajas, aunque no siempre se libraba de ayudar en los quehaceres domésticos, como era obligación de las niñas indígenas en las haciendas.

Con el tiempo se transformaron en bellas muchachas a las que no les faltaron los jóvenes pretendientes. Se contaban sus secretos amorosos y compartían las picardías y los suspiros por sus enamorados. Un día Taz dijo a Raquelita que ya Pedro, uno de los peones, le había propuesto matrimonio, que pronto querían casarse.

Así fue, pidieron permiso al patrón, quien de buena gana dio su ayuda, sin cobrar el derecho de pernada, pues don Nicanor, de moral cristiana, detestaba esas infames costumbres que algunos malos patrones aún ejercían.

Entre nostalgias y recuerdos: “Ellas eran como de la familia”

A Pedro y a Taz se les dotó de una casa bonita de embarro y palma, de un terreno pequeño de cultivo, del ajuar para la novia, se pagaron los gastos de la iglesia y otras cosas necesarias para una boda digna —no faltaba más— de la compañera de juegos de la nieta del patrón. Su luna de miel la pasarían en Río Lagartos, puerto paradisiaco cercano a Dzitox.

Llegó el día de la boda y todo fue alegría en la hacienda. La novia lució esplendorosa: ataviada con bello terno de flores bordadas en blanco xocbichuy.

La orquesta del pueblo tocó muchas jaranas y también algunos valses europeos que eran las preferencias de doña Benigna.

Al regreso del viaje de bodas todo volvió a la normalidad: Pedro regresó a cortar pencas en los plantíos de henequén de sol a sol, Taz regresó a sus faenas de lavar ropa y otros menesteres propios del servicio doméstico desde muy temprano hasta entrada la noche y Raquelita a su escuela, a sus clases de bordado, de repostería, de pintura, de música y de idioma francés, como correspondía a una muchacha de su clase.

Un domingo por la mañana, Don Nicanor, cabalgando en compañía de su familia por la calles del pueblo, se percató que unos caballos desbocados por los accidentados caminos arrastraban un carruaje en el que viajaba un grupo de niños. Espoleando con decisión la yegua briosa que montaba los alcanzó y colocándose en frente de los potros como barrera logró detenerlos, aunque fue prensado contra un muro.

Unos instantes más, soportando dolor intenso y con esfuerzo sobrehumano, Don Nicanor se incorporó para rescatar a los niños que lloraban presos del pánico, pero salieron ilesos del percance. La hermosa yegua relinchaba quejumbrosa tirada en el piso con las patas delanteras rotas. Fue necesario sacrificarla. Don Nicanor fue llevado con urgencia al dispensario médico, pero todo fue inútil, murió a las tres horas. Salvó a los niños a cambio de su vida. La noticia conmocionó al pueblo y su sepelio fue una gran manifestación de duelo.

Poco después, el gobernador del Estado, general Salvador Alvarado, decretó la libertad de peones y domésticas, con severas penas para los hacendados que no cumplieran las disposiciones.

Entonces la patrona reunió a sus sirvientas y les dijo: “Ya se pueden ir, son libres”. “Pero ¿a dónde vamos niña? —preguntó Francisca—. Ésta es nuestra casa, aquí nacimos, aquí hemos vivido siempre, yo no quiero irme”.

Las sirvientas jóvenes partieron, la juventud les permitía luchar en libertad por la vida y entre ellas Taz Cupul.

El silbato del tren anunció su llegada. Raquelita interrumpió sus nostalgias, lanzó un suspiro profundo y exclamó con tristeza: “¡Eran como de la familia!”.— Naucalpan, Estado de México.

cesarramon0@aol.com


                                                                                 

UN ROTO PARA UN DESCOSIDO

(Cuento )

 

César  González Rosado

 

Las notas de la Marcha Nupcial resonaron en el sacro  ambiente, mientras  la novia  caminaba hacia al altar donde la esperaba él, que en unos instantes más sería su marido. La voz del sacerdote se escuchó solemne:

 

-Agapito Buenrostro: ¿Aceptas por esposa a  Córdula y prometes serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, por toda la vida, hasta que la muerte los separe?

-Sí, acepto, respondió Agapito con  sonrisa insegura que exhibía unos dientes torcidos,  disparejos, amarrados  con alambres de ortodoncia que le impedían hablar con claridad y  acentuaban aún más la fealdad de su rostro marcado con cicatrices.

-Córdula  Mirabien: ¿Aceptas a Agapito como tu esposo y prometes serle fiel… por toda la vida, hasta que la muerte los separe?

-Sí, acepto, respondió Córdula conmovida por la emoción y sus ojos estrábicos dieron vueltas circulares en direcciones opuestas, que hicieron estremecer al cura cuando las pupilas se escondieron  por entre las cuencas, dejando ver nada más  lo blanco de los globos oculares.

 

-Pueden besarse, sugirió el cura… y agregó discreto dirigiéndose a Córdula… si usted lo desea.

 

Un apasionado beso selló aquella unión que tantos comentarios ocasionara en la oficina donde Agapito y Córdula trabajaban. El estruendoso aplauso de los concurrentes rubricó la ceremonia y las opiniones de todo tipo  sobre la pareja no se hicieron esperar:

-¡Qué bonitos novios!... Dijo Margarita con sorna.

-¡Qué enamorados se les ve!  Obsequiosa concedió Fernanda.

 Y Augusto, con actitud benevolente…ceremonioso apuntó:

-¡Se los dije, nunca falta un roto para un descosido!

 

Tres años antes Agapito Buenrostro, Licenciado en Administración, había comenzado a trabajar en  la  empresa  aérea Aviasur, después de hacer decenas de solicitudes de empleo y entrevistas sin éxito alguno. Joven inteligente, fue estudiante distinguido de su Universidad, galardonado con la Presea de Oro por el mejor promedio de su generación, en la Escuela de  Ciencias Administrativas.

 

 Sin embargo, cuando solicitaba empleo deseoso de iniciarse en el trabajo, observó que las plazas se  concedían a personas que no tenían mayores méritos que él. ¿Qué sucedía?...él mismo se dio cuenta que era rechazado a causa de la  timidez e inseguridad que le causaban sus defectos físicos. Cuando niño, había sufrido un accidente que le deformó el rostro y lamentablemente por la pobreza de sus padres nunca tuvo el dinero para someterse a cirugías reconstructivas. Para  colmo de males la apariencia de su cara no hacía honor a su apellido, lo que ocasionaba  comentarios chuscos entre sus compañeros de estudio.

 

Alguna vez envió solicitud de trabajo a una de esas  agencias caza talentos -head hunter- con la esperanza de encontrar trabajo. Presentó un examen psicológico y de conocimientos que le pareció de mayor formalidad que las anteriores y las entrevistas fueron  realizadas por expertos en recursos humanos que lo trataron con  profesionalismo. Por último, le pidieron un proyecto para solucionar la supuesta quiebra de una  empresa  aérea, pidiéndole que presentara alternativas remediales en  plazo urgente. Después de muchas horas de arduo trabajo envió su propuesta.

 

Pasado breve tiempo Agapito fue admitido en  la compañía aérea Aviasur con un  sueldo decoroso y asignado al departamento de planeación, donde le pidieron que adaptara su proyecto a las necesidades de  la compañía a punto de quebrar. Le nombraron como auxiliar a una no muy agraciada muchacha con problemas en la visión que usaba unos lentes de fondo de botella que reflejaban agrandados sus dislocados ojos. Agapito recibió con amabilidad a Córdula Mirabién.

 

Al cabo de un mes el proyecto fue presentado al consejo de administración de la empresa y puesto en práctica de inmediato. Mientras tanto, el ambiente en las oficinas no era favorable para Agapito: Víctima de las envidias de algunos de sus compañeros, éstos no entendían que una persona con tan poco tiempo en la empresa comenzara a sobresalir. Para empeorar las cosas Agapito empezó a cortejar a Margarita, bella empleada de la que se había enamorado sin ser correspondido, aunque a veces recibía  de ella ciertas señales de esperanza a sus reclamos. Los dimes y diretes sobre Agapito se pusieron a la orden del día:

 

-¡Ah!, que osadía enamorarse de ti, exclamó Fernanda a Margarita.

- Déjalo, pobre, respondió Margarita, nunca le haré caso, solamente le doy esperanzas para divertirme y, como ya es  jefe…bueno…nunca se sabe…y encogió los hombros.

-A lo que terció solemnemente Augusto: Hay que aconsejarle que busque su nivel, que enamore a Córdula, al fin y al cabo que… ¡nunca falta un roto para un descosido!

 

Así las cosas, el proyecto de Agapito dio resultado: La compañía comenzó a recuperarse  a partir de un crédito bancario de intereses blandos con plazos cómodos, de aplicar ciertas medidas como ajustes de personal, mejoramiento de la productividad,  rebaja en los precios de los boletos de  avión y  atención personalizada a los viajeros. Se tapizaron los asientos con forraduras de piel y con elegantes acabados los interiores de los aviones. También mejoró la eficiencia de los programas de  mantenimiento de las aéreo-naves. Todo, apoyado con una publicidad inteligente sobre los cambios en la empresa.

 

 

 

Al poco tiempo, dado el auge de la compañía por la fuerte demanda de boletos que  ocasionara la reforma, Agapito fue ascendido a Director General de Planeación y Córdula, que por cierto también era una destacada profesionista de la administración, siguió trabajando con él apoyándolo en el diseño de las estrategias con novedosas  ideas. Sin embargo, Agapito se veía triste, porque Margarita unas veces  alentaba su pasión y otras lo castigaba con cruel indiferencia. Córdula, que en la cercanía cotidiana  se había enamorado de su jefe, decidió poner fin al sufrimiento:

 

-¡Ágapo!..., le dijo indignada y en forma brusca: buscas amor, pero no es bueno humillarse o sufrir desprecios de la que no te quiere. Piensa que nadie está obligado a querernos. Ya no supliques, te has convertido en  el hazmerreír de los empleados. Todos se dan cuenta de lo que sucede, menos tú. Date tu lugar, responde con dignidad a la confianza que la empresa ha depositado en ti al nombrarte en tu nuevo cargo.

 

Fue tal la vehemencia y el impacto de las palabras de Córdula que Agapito al fin reflexionó. Guardó silencio, nada dijo en el momento. Durante dos días se le observó callado, apenas atendiendo los asuntos urgentes. Se alejó de Margarita que, extrañada por el cambió, insistió en alentar el amor de su pretendiente, pero la indiferencia de Agapito fue la única respuesta. Se entregó por completo al trabajo y con su dedicación hizo que la empresa prosperara aún más.

 

…No se supo cuando comenzó su amor por Córdula, pero un día en un restaurante, él entregó a ella un anillo de compromiso. Los vieron cercanos…las malas lenguas despechadas murmuraron. Augusto sentenció:

-¡ Mm…nunca falta un roto para un descosido!

 

Muy enamorados Agapito y Córdula emprendieron su viaje de bodas  a varios países  de Europa, regalo de la empresa en premio a  sus  talentos y esfuerzos que habían contribuido a la recuperación de la compañía. En España una gitana les dijo: sus nombres son de buenos augurios, Agapito significa amado, Córdula es corazón, serán muy felices, pronto tendrán un hijo. Después se  perdieron por el viejo continente  hasta reaparecer en la Ciudad Luz para algunos pendientes estéticos y también  por aquello de que los niños vienen de París.  

 

 Al cabo de  cuatro meses regresaron. Los empleados ofrecieron en su honor una fiesta de recepción. Al arribar ellos al salón, la gente  sorprendida se preguntó si eran Agapito y Córdula. Él, ya no tenía la nariz torcida, las cicatrices habían desaparecido, los dientes blancos y parejos exhibían una sonrisa de seguridad. Si bien no parecía artista de cine, el rostro se  había armonizado como resultado de una cirugía plástica que  destacaba  su personalidad de ejecutivo. Ella, ya no usaba lentes de  fondo de botella. Unos ojos morunos lucían esplendorosos en la dulce belleza de su cara y el vestido blanco que lucía, delataba una  discreta prominencia de su vientre…

 

Augusto, sarcástico, susurró al oído de  Margarita, que no salía de asombro:

-¡Nunca falta un roto para un descosido!

 

 

 

                     

 

 

En Busca del Peligroso Huaychivo de Maxcanú.

César R. González Rosado.

Dadas la ocho, después de los juegos vespertinos en el parque del pueblo,  caminaba presuroso tras los pasos de algún adulto que llevara el mismo rumbo, temeroso de pasar solo por la cueva del Huaychivo. Algunas veces, cuando no encontraba compañía, cerraba los párpados y volvía el rostro hacia el lado contrario de un enorme hoyo negro cubierto de arbustos espinosos, entrada de una misteriosa cueva que nadie se atrevió alguna vez explorar.

La gente del pueblo decía que era un espécimen  con cuerpo  humano y cabeza de chivo; una bestia  con los ojos centelleantes  que en la oscuridad de la noche brillaban como fuegos demoníacos. No eran pocas las personas que aseguraban haber tenido la mala suerte de toparse con el monstruo en las oscuras y solitarias calles,  siempre a eso de la media noche y aunque nunca había atacado a persona alguna grandes sustos ocasionaba, de tal modo que se le consideraba una bestia de los infiernos que había llegado por obra del demonio para atormentar a los moradores del pueblo. El miedo era colectivo  y fue necesario quedarse en casa antes  de que la noche cubriera con su negro manto, asegurar las puertas con gruesas trancas y poner cruces de palma  como protección divina contra  el desconocido espanto.

Don Álvaro García, presidente municipal, convocó a los más decididos jóvenes para encontrar viva o muerta a la bestia, en tanto que el cura  rezaba en los rosarios junto con los feligreses invocando la protección del Santísimo. Se amontonaron todo tipo de armas: piedras, machetes, coas, tirahules*, palos, budbidzones*  y la tía “Lib” recomendaba llevar manojos de ruda y calabazos con agua bendita para protegerse de los malos espíritus.

Durante largo tiempo y por las noches, unos cincuenta hombres recorrían las  calles pedregosas del pueblo que brillaban a la luz de las antorchas: “heécutalo huaychivo*, se oía una voz y todos corrían blandiendo sus armas hacia la sombra caprichosa de algún árbol. “ Heécutalo   huaychivo” y todos corrían hacia la silueta de algún borrachín rezagado que tambaleándose se dirigía a su humilde choza y que entre llantos, súplicas y de rodillas  juraba que él no era tal espanto. Poco a poco, conforme los días transcurrían, las mujeres, los ancianos y también los niños se incorporaron al recorrido nocturno, sin que apareciera el huaychivo que parecía se lo había tragado la tierra. De todos modos  la búsqueda continuó  convertida en romería nocturna en  la que los vendedores de golosinas hicieron su agosto.

Cuando ya todo se había tranquilizado porque aparentemente el monstruo se había ausentado de la comarca para aparecer en otras  comunidades vecinas, algún tiempo después aparecieron desgarrados algunos becerros en un rancho cercano y al otro día también y en otros ranchos igual, cundiendo la alarma por el temor de que pudieran ser atacadas las personas.  La culpa se le atribuyó al huaychivo por la bien ganada fama que tenía por sus atrocidades. Sin embargo, por mucho que buscaron nadie dio con  él.

En otra ocasión fuertes  aullidos de perros se escucharon hacia la media noche y no cesaron sino hasta casi al amanecer. Llovía y la oscuridad reinaba. Nadie se atrevió a salir y las familias aseguraron las puertas de sus casas como mejor pudieron. A la mañana siguiente en el mercado se comentaba que el huaychivo había estado rondando las calles del pueblo y  huellas de patas hendidas se podían observar en los corrales. Algunos animales yacían muertos, lo raro es que no se habían escuchado ruidos del ataque.

 A la noche siguiente y en otras también, los hombres hicieron de nuevo el recorrido pero todo fue en vano. Por el camino del cementerio preguntaron a D. Huayo, el sepulturero, si había visto pasar algún animal raro.

-No, no, respondió D. Huayo. Si se refieren al huaychivo por aquí no viene. Por aquí de vez en cuando aparece algún ánima en pena, que sale de su tumba, pero no hace nada malo, sólo se pasea por las calles después de la medianoche…!Los que buscaban se miraron las caras interrogantes y  palidecieron...!

-Ah, ya recuerdo, agregó D. Huayo, el único que pasó por aquí hace un rato fue  el viejo Xpil que se reía muy divertido. ¿De qué tanto se ríe D. Xpil?, le pregunté, y me respondió que se reía de unos tontos jóvenes que buscaban al huaychivo.

   -¡Si el huaychivo soy yo!,  -exclamó Xpil- y de nuevo  rió a carcajadas.

-No digas eso Xpil, no hagas broma, no sea que te vayan a confundir y te maten, dijo Huayo.

Ja, ja, ja, continuó riendo el viejo, y desapareció por la vuelta del cementerio.

Los que buscaban se miraron las caras  y apresurados volvieron a sus casas. Faltaban cinco minutos para las doce de la noche.

Cierto día, al amanecer, después de un fuerte aguacero y apenas visible entre el velo de la blanca neblina, encontraron el cuerpo inerte del viejo Xpil, de quien los habitantes del pueblo tenían la costumbre de hacer burla cruel, tendido en la entrada de la cueva… muerto… vestido con un disfraz que coincidía con la descripción que del huaychivo se daba…De este modo, aterrorizando a los habitantes del pueblo, el anciano cobraba venganza por las afrentas que recibía. 

Desde entonces, el recuerdo de las cosas ingenuas de los pueblos de mi niñez me acompañan y el huaychivo sigue haciendo de las suyas, aún hoy en día, por los caminos del mayab.

Vocabulario:

*Huay: espanto.

*Tirahule:  Resortera.

·Budbitzones: Escopeta en la que se introduce por el cañón pólvora y   municiones que se apretujan con una vara metálica para municiones que se apretujan con una vara metálica  metálica para hacer un disparo expansivo.

 Héecutalo Huaychivo: Ahí está el Huaychivo.

Xpil: Felipe.

Mérida Yuc. marzo de 2003

 

 

    

                                                    

PANCHO CULEBRAS

(Crónica de un hecho real…y de misterio)

César R. González R.

Pancho culebras, joven campesino de 20 años, llegó al hospital una tarde después de tres horas de fatídico viaje de su pueblo Maní a la ciudad de Mérida, en extrema gravedad por mordedura de serpiente de cascabel. Le acompañaba la misma serpiente muerta por las mordidas que el propio Pancho le ocasionó, en singular combate a dentelladas.

 Al sentir Pancho el agudo dolor que le ocasionó el ofidio en la pierna, la atrapó con   toda la fuerza de sus dos manos y a mordidas también –de acuerdo con la creencia popular de que así se contrarrestaba el mortal efecto del veneno- casi la descuartizó. Sin embargo, la serpiente antes de sucumbir,  logró clavar sus venenosos colmillos un par de veces más en el rostro de nuestro amigo.

Desahuciado, la fiebre le atormentaba. Su pierna derecha amoratada, hinchada y el rostro tumefacto, presagiaban un triste final del joven, a pesar de que los médicos le habían administrado ya la dosis de suero anticrotálico que se usaba en estos casos. Entonces, Pancho invocó a “La Reina” y le rogó que lo salvara de la muerte.

Años antes Pancho Kan, niño Maya de 10 años, escuchó por  entre las piedras cubiertas de bejucos un extraño sonido, “…shsssss…” que se interrumpía por momentos para volver a sonar con más fuerza conforme él avanzaba en la deshierba. Precavido,  suspendió su tarea y acudió con su tío para contarle lo sucedido. Su tío le respondió que tuviera cuidado, que seguramente se trataba  de la “cascabel”, serpiente de mortal veneno,  a la que en los viejos tiempos el pueblo Maya había rendido culto y que podemos verla en las piedras labradas de Uxmal y Chichén Itzá.

Pancho y su tío, machete en mano, regresaron al lugar en busca de la serpiente. Sonando su cascabel anunciaba el reptil su peligrosa presencia, advirtiendo a los intrusos que se alejaran. Sin embargo, ellos siguieron buscando, hasta que a una corta distancia encontraron un bello ejemplar de serpiente de cascabel de dos metros de largo, que preparaba, irguiéndose en eses y sonando amenazadora la punta de la cola el mortal ataque. La piel, adornada con geometrías caprichosas, brillaba esplendorosa a los rayos del sol de mediodía y su bifurcada lengua, detectaba con facilidad la presencia de los que interrumpían su descanso.

El reptil lanzó un primer ataque fallido de advertencia, que por unos centímetros no mordió al tío.

-¡Ya verás, ya verás, como te atrapo!, respondió con enfado el tío.

-Pero no la vas a matar, ¿verdad?... Interrogó el niño.

-No, no, que va, a una Reina… no se le mata.

-¿Una Reina?... Preguntó Pancho con sorpresa.

- Si…si…es una Reina. Aquí entre los mayas lo sigue siendo, como en los tiempos idos.

El tío cortó del árbol del chacáh un largo palo que acercó a la enfurecida serpiente, cuyos colmillos en un segundo ataque se clavaron quedando atorados en la suave madera de la vara. Un amarillento líquido escurrió de entre las terribles fauces, mientras la cascabel coleteaba con fuerza sin lograr librarse de la trampa que le habían tendido. Entonces, el tío,  extremando precauciones la atrapó por la cabeza, con sumo cuidado liberó a la serpiente para no lesionarla y la depositó en un  sabucán de henequén que cerró con cuidado.

Construyó una amplia y hermosa jaula con madera y tela de alambre. La dotó de paja, de dos grandes piedras asentadas sobre tierra para el descanso de la serpiente, vasija para agua y plato para comida. La decoró artísticamente con ornamentos Mayas y puso en el frente de la jaula un vistoso letrero que decía: “La Reina.”

En su escuela, Pancho Kan narró lo sucedido y presurosos tanto el profesor  y los niños sus compañeros, acudieron a conocer a la  soberana de los caminos del Mayab, que en su nueva morada no lucía tan esplendorosa y arrogante como el día de su captura. Aunque su belleza cascabelina no tenía par, sus pequeños ojos vidriosos reflejaban un  dejo de  tristeza. Sin embargo, seguía siendo imponente contemplarla.

Los niños festejaron alborozados la aventura de Pancho y le pusieron de apodo Pancho culebras. A él le pareció gracioso el mote, lo aceptó de buena gana y hasta el mismo se presentaba con su nuevo nombre.

Un día llegaron al pueblo unos Biólogos investigadores de la  Universidad, quienes se habían enterado del hermoso ejemplar de cascabel de Pancho con intenciones de comprársela para extraerle el veneno y experimentar la obtención de un nuevo suero contra mordeduras de serpientes, que cobraban muchas víctimas entre los campesinos.

No la vendió,  la dio en préstamo para que la “ordeñaran” algunas veces, así es que a “La Reina” se la llevaron a la ciudad para prestar valiosos servicios a la medicina. Al cabo de algún tiempo  fue devuelta y en premio, Pancho culebras y su tío decidieron ponerla en libertad. La soltaron por las veredas del monte, en donde presurosa, “La Reina”, sonando su cascabel, se perdió en la espesura de los matorrales.

Pasaron algunos años, Pancho culebras ya joven siguió la tradición campesina de su familia, dedicándose a sembrar su milpa y a cultivar un huerto de frutas tropicales que le rendían muy buenas ganancias. Cierto día, cuando chapeaba, sintió un fuerte dolor en la pierna y se dio cuenta que había sido mordido por una serpiente de cascabel… y ese fue el motivo, ya se dijo, por el que Pancho culebras llegara grave al hospital.

 La invocación de Pancho dio resultado: En la noche, escuchó el sonido   …shsss… de la cascabel y vio el largo cuerpo de “La Reina” que se deslizaba sobre las sábanas. Se enroscó sobre el vientre de Pancho, le miró con sus ojos hipnotizantes, agitó con rapidez la bifurcada lengua, sonó su cascabel y dijo:

-No te asustes, vengo a decirte que no te vas a morir, los doctores te han  curado con mi propio veneno, el mismo que siguen obteniendo de mí para hacer el suero y agregó: mi hermana que te mordió en realidad no quiso hacerlo, es su naturaleza, tú la pisaste, es su defensa. No debiste matarla, la hubieras capturado como hicieron conmigo para proveerles de veneno para el suero. Cuando camines por tu milpa fíjate bien por donde,  pon más cuidado. Dicho esto, la serpiente se desvaneció en la penumbra.

Al día siguiente le bajó la fiebre y Pancho se sintió aliviado. Disminuyó la hinchazón y desapareció el color violáceo de su pierna y rostro. Contó la visita de “La Reina” y los médicos y enfermeras, sorprendidos por la recuperación…le creyeron. Pancho culebras regresó completamente restablecido a su pueblo y su experiencia fue motivo de tertulias en la que sus compañeros campesinos le escuchaban con gran interés y admiración por su aventura.

Sin embargo, la gente del pueblo comenzó a verle como una persona rara, como un “caput cuxtal” -reencarnación- de las serpientes, pues haber sobrevivido a tan mortales mordeduras en tan  feroz combate como se da entre esos reptiles, no era cosa normal. Les parecía realmente extrañó y sospechoso, además de que su apellido Kan, que quiere decir culebra en Maya, era sugerencia de afinidad.

Se le ocurrió una idea para demostrar que a las serpientes no había que tenerles miedo, sino prudencia. Se dedicó a atraparlas aplicando la técnica del palo de chacáh que le enseñó su tío y aunque algunas otras mordeduras sufrió ya el veneno no surtió su efecto, a no ser por algunas molestias menores que solucionó con hierbas medicinales. Con diferentes especies de culebras construyó un serpentario para extraer suficiente veneno y elaborar el suero en el mismo pueblo, con ayuda de las autoridades y de los doctores de la clínica de Salubridad. Así,  a los accidentados por mordeduras de serpientes no les quedaría tan lejos el auxilio.

Algún tiempo después comenzó a aplicarse el suero, que por su oportunidad salvó muchas vidas. Los habitantes de la comunidad comprendieron que la sobre vivencia de Pancho no era un misterio del más allá, sino de los avances de la ciencia médica y se volvieron más amables con él. Tan agradecidos quedaron que empezaron a tratarlo con mayor respeto y admiración: A partir de entonces se dirigieron a él como el Dr. Pancho Culebras.

Un día al despertar, Pancho escuchó el sonar de cascabeles que provenían del patio de su casa. Al asomarse por la ventana vio que numerosas culebras serpenteaban tranquilas sobre el verde zacate del jardín, por entre las flores, cual si hubieran sido convocadas por un llamado extraño: ahí estaban las multicolores coralillos de anillos rojos negros y amarillos. La temible huolpoch, la ochkan, la cuatro narices, la nauyaca y la serpiente negra. También estaba “La Reina”, que sonando el cascabel conducía a sus hermanas.

! Un escalofrío estremeció a Pancho…! Instintivamente caminó hacia el monte. Seguido por las serpientes penetró por las veredas. Una voz interior le dijo: ¡Ve hacia tu destino Hombre Culebra.…! Pancho siguió su camino por los eternos senderos de los montes del Mayab.

Mérida Yuc. mayo de 2005

 

 

                                                                 

                    UN ENCUENTRO CON LA XTABAY



César R. González R.


La Xtabay*, como has de saber estimado lector, es un personaje femenino de la mitología maya de singular belleza que seduce al “mazeual”*, quien después de una noche de amor amanece muerto al pie del árbol de la Ceiba. Esta leyenda infundía cierto temor, en los tiempos ingenuos, a los jóvenes de las comunidades de la tierra del faisán y del venado: ¡Quien se encontrara con la Xtabay su destino inexorable era seguirla a la eternidad !

Alguna vez Cándido Tenorio, compañero de los tiempos mozos, se encontró con la Xtabay. Él presumía de no temer un encuentro con tan singular dama y que deseaba sucediera porque la embrujada sería ella, por la experiencia que en las lides del amor se atribuía a sí mismo el vanidoso galán.

Pues bien, acudimos en cierta ocasión a la entonces hacienda Tanlum cercana a Mérida en compañía de otros amigos, a un baile que se daba en la casa principal. Cándido invitó a bailar a una muy guapa muchacha que vestía un hermoso terno blanco bordado en “Xocbichuy”,*con hermosas flores multicolores. Larga y obscura cabellera caía con gracia hasta sus onduladas caderas, que discretas se adivinaban en el huipil. Su cara y sus brazos del color del barro y sus ojos negros, brillaban misteriosos como el agua en lo profundo de los pozos. Su boca, un estuche de coral por el que destellaban perlinos dientes y graciosos “tuxes”* dibujaban sus mejillas cuando reía.

Bailaron al ritmo de guarachas, mambos, danzones y otros ritmos tropicales que estaban de moda y también algunas jaranas que lamentablemente desde esas fechas ya escaseaban en los repertorios de los bailes del pueblo.

-Cómo te llamas?
Preguntó él.
-Me llamo Xtabay.
Respondió ella.
Y le miró con ojos enigmáticos.
Conociendo la leyenda, a Cándido le cayó en gracia la respuesta de la joven y rió de buena gana.
-¡Bonito nombre!
Dijo aparentemente impresionado.
- Y eres tan hermosa como dicen que es ella.
Agregó con aires de conquistador.

Después de la medianoche la acompañó a su casa, una choza de embarro y palma que brillaba con la luna. Ella le invitó a pasar. Bebieron Xtabentún y los efectos afrodisíacos de la bebida de los dioses no se hicieron esperar: Tan enamorados quedaron que en una blanca hamaca de suaves hilos con orillas de encaje, se amaron con pasión arrebatada hasta poco antes del amanecer. Quedaron en verse de nuevo a eso de las diez de la mañana y aunque cansado por los excesos del vino y del amor, nuestro amigo acudió puntual a la cita. ¡Pero cuál sería su sorpresa al encontrar que en lugar de la choza había una gran Ceiba!*. Pensó que se había equivocado, pero no. Por más que preguntó todos negaron que en ese lugar hubiese existido tal morada alguna vez. Meditó un rato, se acordó del nombre de la muchacha, ¡Xtabay¡, que resonó en sus oídos con ecos de ultratumba. ¡Sintió temor, se estremeció, un escalofrío recorrió su cuerpo... y se desmayó!

Breve tiempo después un carrocelda de la Policía de Mérida con una plataforma de acceso en la parte trasera y con ventanillas y puertas enrejadas –como las antiguas huahuas- apodado festivamente por los habitantes como la Xtabay, recogía borrachines por las calles de la ciudad. Los gendarmes levantaron a Cándido que yacía dormido profundamente al pie de la gran Ceiba del arco de Tanlum y le llevaron a descansar en una no muy confortable celda para recuperarse de los estragos de la parranda y aunque protestó con vehemencia y contó su historia no le creyeron y cargaron con él.

Al día siguiente en la columna de policía de un diario citadino, apareció una nota en la que se narraba su aventura, con el siguiente título: Se lo llevó la Xtabay. En esta forma se le cumplió a nuestro amigo Cándido Tenorio su ferviente deseo de un encuentro con tan bella y amorosa mujer.

Naucalpan, Edo. de Méx. febrero de 2003.

Vocabulario :
*Mazeual: indio de Yucatán, Maya.
*Xtabay: bruja, mujer de la mitología maya que victima al mazehual.
*Xocbichuy: bordado de hilo contado.
*Tuxes: hoyuelos de las mejillas.
*Xtabentún: Licor que se destila de una flor amarilla del mismo nombre.
*Ceiba: Árbol de grandes dimensiones, morada de la Xtabay, según la leyenda.



EL TALLER DE LOS ALUXES

César R. González R.

En el campo de Yucatán, cuando el tiempo de siembras, los Aluxes son elementos indispensables para las buenas cosechas. Son una especie de duendecillos que cuidan de las milpas y que las salvaguardan de los ladrones de maíz. Los campesinos mayas moldean en barro los Aluxes, los entierran junto a las plantas y cobran vida para cuidar de los sembradíos. Suele suceder que, cuando los intrusos se aproximan –personas, pájaros u otros animales- reciben fenomenal pedriza que lo hace desistir de sus malas intenciones.

Alguna vez, en mis tiempos de Maxcanú, cuando niño, pude yo mismo con algunos compañeros  comprobar la verdad de tal hecho al aproximarnos por los linderos de una milpa y sentir el impacto de los guijarros que nos lanzaban de entre las plantas y si no salimos descalabrados fue gracias a nuestra prudencia de retirarnos a tiempo.

En esos días conocí a D. Pancho Ek, campesino maya, cuyas milpas siempre prósperas le rendían óptimas cosechas gracias a los Aluxes que él mismo elaboraba, según decían sus compañeros del pueblo. Aseveraban que él sí sabía hacer Aluxes pues además de su muy buena habilidad para modelarlos y decorarlos artísticamente, poseía el secreto de su durabilidad ya que utilizaba un barro con ciertas mezclas de otras tierras que le daban fuerte consistencia a sus figurillas, que no tenían las elaboradas por otros trabajadores de la tierra. Esto era importante pues los Aluxes mal fabricados se deshacían con el agua de la lluvia, por lo que las milpas se quedaban sin vigilancia.

Por más que preguntaban a D. Pancho Ek en qué consistía su secreto, él siempre se negó a revelarlo. Alguna vez le pedí que me enseñara pero me hizo ver que no podía hacerlo pues mis padres no cultivaban la tierra y que tal arte era exclusivamente para los campesinos.

D. Pancho era muy generoso con sus compañeros. Los Aluxes que fabricaba no solamente servían para el cuidado de su milpa, sino también proveía de Aluxes a los campesinos que se los pedían. Entonces los enterraban en cada una de las esquinas de las milpas, también junto a las plantas de maíz y en otros lugares estratégicos, de tal modo que los sembradíos estaban protegidos contra intrusos, plagas y demás alimañas, con lo que se obtenían abundantes cosechas.

Fue tal la demanda de Aluxes que tenía D. Pancho que ya no le quedaba tiempo para atender su propia milpa y como regalaba las figurillas pues esto comenzó a ser costoso para él, así es que para compensar sus pérdidas decidió cobrar un peso por figurilla. No hubo problema y los campesinos gustosos pagaban el modesto precio pues sus milpas les rendían el doble de las cosechas anteriores. Viendo D. Pancho que los campesinos habían aceptado el precio de las figurillas sin problema, decidió aumentarles otro peso, que los labradores aceptaron también sin chistar. Y así poco a poco de peso en peso, la ambición de D. Pancho fue creciendo hasta aumentar diez pesos de aquellos tiempos por cada Alux. Los campesinos no protestaron pues todavía los Aluxes seguían trabajando con eficiencia y las lluvias se prolongaban más allá de la temporada y comenzaban antes de lo previsto.

D. Pancho se hizo rico con su taller. Había corrido la voz por otros pueblos desde donde le hacían jugosos encargos que ya no podía atender, de tal suerte que por la escasez se inició el tráfico de Aluxes pues estos se comenzaron a negociar por dinero entre los campesinos.

Entonces D. Pancho entrenó a dos indios mayas para que le ayudaran a fabricar los Aluxes. Sin embargo, aunque las figurillas que fabricaban los nuevos artesanos eran de calidad, no daban los mismos resultados por lo que comenzaron a llegar las protestas de los campesinos, ya que sus milpas no rendían lo mismo que con los Aluxes de D. Pancho. Así es que hubo de despedir a sus ayudantes quienes lo demandaron ante las autoridades del pueblo y se vio obligado por ley a pagarles altas indemnizaciones.

Nuestro fabricante de Aluxes se vio en la necesidad de trabajar solo aun por las noches para aumentar la producción y reponer aquellos idolillos que no habían dado buenos resultados. Para colmo de males las manos se le comenzaron a ampollar y una severa infección que contrajo le impidió continuar su oficio. Acudió al médico del pueblo quien le recetó inútiles remedios, pero eso sí , le sacó cuanto dinero pudo. Desesperado, acudió al brujo del pueblo quien le hizo beber amargos jugos de yerbas además de decirle que los dioses mayas estaban enojados con él, por lo que le recomendaba revisar su conciencia. También le pagó una buena cantidad al brujo pues ya para esas fechas los shamanes cobraban caro sus esotéricos servicios.

Esa noche, D. Pancho ardía de fiebre, el dolor de las manos ampolladas lo torturaba y en su delirio se le apareció el Dios de la lluvia, Chaac. Pancho -le dijo- veo que estás sufriendo, pero ese es tu castigo por ambicioso. Tu fuiste escogido por mí para fabricar a mis hijos los Aluxes a quienes yo ordenaba trabajar  con los poderes que les otorgué para que hicieran crecer prósperas las milpas. También, Pancho, mandé dobles lluvias para que el pueblo tuviera abundancia, pero tú te hiciste rico con mis bondades y los campesinos se corrompieron con el negocio de los Aluxes. ¡La inutilidad de tus manos es justo castigo a tu ambición!

Pancho despertó sobresaltado de su tormentoso sueño y comprendió el poder de los Aluxes que fabricaba y que ya no tendría más. Desde entonces las milpas decayeron y las lluvias se hicieron menos frecuentes y todos volvieron a ser muy pobres, pues sus milpas apenas rendían para mal comer. Los Aluxes dejaron de hacer su trabajo y ya de nada sirvió que los moldearán con esmero y los pintaran con delicado arte.

Nuestro amigo D. Pancho seguía muy mal de sus manos y como tuvo que cultivar de nuevo su milpa como antaño, esto le producía fuertes sufrimientos, pues con mucho dolor utilizaba los instrumentos de labranza. Todos los días en el camino a su parcela, pasaba por unas antiguas ruinas de templos mayas, en donde destacaba una escultura del dios Chaac. Respetuoso se detenía y saludaba a la deidad:

OH, mi Dios, todavía no me perdonas por mi ambición! Te lo ruego, no lo hagas por mí, yo puedo quedarme con mis manos inútiles, pero esa pobre gente no tiene por qué pagar mis faltas.

Así pasaron muchos meses, uno, dos, quizá tres años y la gente del pueblo seguía sufriendo la resequedad de la tierra y la pereza de los Aluxes. Un día D. Pancho al despertar se dio cuenta de que sus manos no le dolían y que estaban completamente sanas. Entonces entendió que el dios Chaac lo había perdonado y escuchó el mensaje en lo profundo de su conciencia.

Presuroso llamó a los campesinos, los reunió a todos y les dijo que Chaac ordenaba fabricar de nuevo los Aluxes, que cada cual debía hacer los suyos, que no se podían comprar y menos hacer negocios con ellos y sobre todo, era necesario trabajar muy duro la tierra: habría que arar con esmero, hacer buenos surcos, seleccionar con cuidado las semillas, limpiar frecuentemente las parcelas, quitarles las malas yerbas, combatir las plagas, ponerles abono a las plantas y que lo demás se lo dejaran a los Aluxes.

Así sucedió y desde entonces las lluvias cayeron abundantes y frecuentes, los Aluxes se esmeraron en el cuidado de las milpas y las pedrizas a los intrusos se volvieron frecuentes. Entonces el campo se puso verde, las mazorcas maduraron y las cosechas abundantes fueron la felicidad de los habitantes del pueblo. Nuestro amigo D. Pancho todos los días en camino a su milpa, y al pasar por el viejo templo maya saludaba a Chaac: ¡Gracias mi Dios por escucharme!

Marzo de 2003.

 

 

CRÓNICA DE UNA VISITA A LAS RUINAS DE UXMAL.

 

César R. González Rosado.

Después de un viaje de hora y media desde la ciudad de Mérida, llegamos a las ruinas de Uxmal, el sitio más importante de la región Puuc en el noroeste de la península yucateca y una de las ciudades más espléndidas por la elegancia de sus edificaciones y la notoria ornamentación que los caracteriza. La antigüedad de Uxmal se remonta  al 800  a.C. a 200 d C. en una ocupación temprana  y su florecimiento, durante el período clásico tardío entre el 700 y el 1000. d.  C.

Guiados por un indígena del lugar que  explicaba los pormenores del sitio a los turistas, visitamos como primer punto  la Unidad Cultural en donde se ubica magnífico museo  que  exhibe algunos de los más significativos objetos recuperados de las excavaciones arqueológicas. Seguido, escalamos el Templo del Adivino, monumental  pirámide de 75 m. en su base y 35 m de altura,  que fue construido, según la leyenda, en honor a un Halach Uinic sabio que obtuvo el trono en mortal competencia.

Continuando nuestro recorrido visitamos el Cuadrángulo de las Monjas, con un gran patio central circundado por cámaras adornadas con bajorrelieves entre los que destaca la serpiente emplumada, Kukulcán, y después para salir lo hicimos por un gran arco falso, típico de la arquitectura maya, que conduce al Juego de Pelota.

Muchas personas había en las graderías, vestidas todas a la usanza de los antiguos mayas, es decir, con túnicas de algodón  adornadas de grecas de diversos colores, sandalias y pintados los rostros con diversos matices. Las mujeres lucían hermosas con el cabello suelto adornado con flores  de *”xcanlol” y *”huipiles” de algodón.

 Más abajo, numerosos jóvenes con calzón de manta y sandalias de cuero sostenidas con gruesos hilos de henequén. Sus rostros, pintados de color ocre. Eran guerreros armados de lanzas, arcos y flechas, y  hachas de piedra con mango de  fuerte madera. “Caballeros Tigres” y  “Caballeros Águilas”, tocados con cascos de figuras de esos animales. Enfilados al pie de las gradas, contenían a la multitud que vociferaba eufórica ante el espectáculo que se iniciaba.

Buscamos lugar entre la gente que curiosa admiraba nuestra indumentaria diferente. No hablaban el español, pero nuestro guía, indio de la región, entendía el idioma maya, así es que  servía de intérprete entre las personas y nosotros. Preguntamos por los equipos del juego de pelota que suponíamos debían competir, y más extrañamente nos miraron...no hubo tiempo de hacer más preguntas. Los caracoles y los tunkules sonaron  para dar principio al espectáculo.

En un extremo del campo, y en una plataforma ceremonial   adornada con  bellos bajorrelieves, el Halach Uinic en su trono, ataviado con sus mejores galas, presidía el evento. Un joven casi adolescente de muy baja estatura, enano, fue conducido por los guerreros hasta una gran piedra de forma circular... Un verdugo armado con enorme mazo y un gran canasto a su lado que contenía unos pequeños frutos de la región, muy duros, llamados cocoyoles, debía romperlos con  el mazo, uno a uno, sobre la cabeza del joven enano, según explicaba nuestro intérprete. 

La multitud aclamaba eufórica cada golpe de mazo  sobre la cabeza del joven, sin que éste se inmutara, que más bien parecía complacido de su actuación, y quien después de resistir hasta agotarse el canasto de los duros frutos se levantó  sin rasguño alguno.

Curiosamente, el Halach Unic fue conducido por el Ah Kin  y los bataboob a la misma prueba y dramáticamente sucumbió a los primeros golpes de mazo. La sangre del jefe supremo corrió a raudales y entre estertores y quejidos de dolor, sucumbió.

La multitud rugió frenética ante el sangriento desenlace y el joven  fue coronado como nuevo monarca, con los aplausos y demostraciones de gran júbilo por parte de los asistentes… Intrigados por el realismo de la representación, preguntamos de qué se trataba.

Entonces nuestro guía nos contó una antigua  leyenda, la del  Enano de Uxmal: aquel niño que eclosionó de un huevo de gallina cuando una hechicera  deseando tener un hijo, lo incubó entre las cenizas tibias de la hoguera en que hacía las tortillas.

Creció muy poco en estatura y su madre le había prohibido hurgar por entre sus cosas, -contaba el guía- pero al fin y al cabo niño curioso, hizo lo contrario y encontró un tunkul*, que tocó con gruesos palos produciendo un sonido tan fuerte que se escuchó por toda la comarca. La leyenda decía que aquel que encontrara el misterioso y legendario instrumento musical y lo hiciera sonar sería el nuevo soberano de Uxmal. El Halach Uinic, alarmado por tan infausta nueva, ordenó encontrar al culpable y el enano fue conducido preso ante su presencia.

De acuerdo con la tradición –continuó nuestro amigo- era menester para los que aspiraran al trono someterse a una prueba de fortaleza, por lo que el  Rey dispuso se sometieran, él mismo y el enano a la prueba de romperles en  la cabeza, con un mazo, un canasto de cocoyoles  a cada uno, y con  la condición de que  el primero en someterse a la prueba fuera precisamente el enano, pensando el monarca que al primer golpe moriría su rival y así continuar su reinado.

 Sin embargo, –prosiguió nuestro acompañante-, la hechicera, valiéndose de sus artes mágicas,  había colocado debajo del cabello del enano una coraza de pedernal con el fin de que resistiera los impactos, y ofrendó “copal” invocando la protección de los dioses para su pequeño hijo.

Así acudió el enano de Uxmal el día señalado al “Juego de Pelota” lugar de la prueba, y es precisamente lo que ustedes,  estimados amigos, acaban de presenciar.-dijo el guía-.

 El enano de Uxmal fue coronado  nuevo soberano y gobernó con sabiduría durante muchos años. En su honor se construyó el “Castillo del Adivino”, también así llamado nuestro personaje por su sapiencia. Para su madre la hechicera, el enano en agradecimiento ordenó  le construyeran un  templo en su honor, que aún existe en estas portentosas ruinas mayas de Yucatán, finalizó el indígena.

Con este relato logramos al fin entender la representación con la que nos topamos en el Juego de Pelota, cuando de pronto truenos, rayos y centellas seguidos de un fuerte aguacero invadió el ambiente, provocando que todos los disfrazados corrieran presurosos a refugiarse en  los templos cercanos…instantes después, cientos de murciélagos escaparon de esos mismos lugares  con rumbo a los montes vecinos, como si las personas se hubieran transformado en siniestros quirópteros.

Nosotros  también corrimos pero en sentido opuesto, hacia el museo. Pasada la copiosa lluvia que duró poco, reanudamos la visita a Uxmal y ya no vimos persona alguna ni  vestigios del acontecimiento. Todo había desaparecido en tan breve tiempo como por arte de magia y de aquel Juego de Pelota que lucía esplendoroso durante la representación, nada más quedaba una construcción derruida por el paso del tiempo.

Cayó la noche con  luces de cocayes. Antes de abordar el autobús de regreso, comentamos con la señorita encargada del museo el realismo de la puesta en escena que habíamos presenciado y también le hicimos saber nuestras observaciones sobre la  súbita desaparición  de los protagonistas y del escenario.

Sorprendida respondió que no sabía de la existencia de tal espectáculo para turistas y que seguramente el relato del indio guía nos había impresionado…Él también había desaparecido sin avisarnos su ausencia, ni cobrar su estipendio.

Durante el viaje de vuelta a la ciudad de Mérida, y en la fría obscuridad del autobús, una misteriosa duda perturbó mi mente y ecos de  caracoles y  tunkules resonaron en mis oídos.

 

VOCABULARIO:

Tunkul: Instrumento musical de tronco hueco-Teponaztle-

Cocoyoles: pequeños frutos redondos de gran dureza.

Copal: resina, similar al incienso.

Xcanlol: flor amarilla.

Huipiles: vestido femenino maya.

Halah Uinic: Jefe supremo.

Ah Kin: sumo sacerdote.

Bataboob: jefes particulares.

Cocayes: luciérnagas.

Mérida Yuc. Febrero de 2004.

 

                                            

                                                          "La Plaza Grande"

 

                                              PARA ALIVIAR LA NOSTALGIA

 

Por César R.González R.

Con alguna frecuencia vengo a la ciudad de Mérida con el exclusivo propósito de “recargar las pilas”, es decir aliviar la nostalgia que algunos yucatecos radicados fuera del terruño padecemos irremediablemente y que, como yo, tenemos la fortuna de regresar de vez en vez. Reconfortable es volver a mi ciudad. La encuentro bella, cuidada, limpia, ardiente por las tardes y fresca por las noches.

He recorrido de nuevo sus barrios: Santa Ana, Mejorada, San Juan, La Ermita de Santa Isabel, Santiago y, también, más allá de estos límites el Paseo de Montejo y otros tantos nuevos y modernos lugares que la hacen ver como una ciudad del siglo XXI. Naturalmente, también la Plaza Grande y sus cercanías y puedo decir que Mérida luce esplendorosa.

La vida cultural es variada, interesante y amena: asistí a eventos dedicados a la “tercera edad” o “adultos en plenitud” como ahora llaman a los que ya hemos cumplido los sesenta años. También nos designan como “tercera juventud”, que a lo mejor es “cultivo”, pero yo les digo, a aquellos que se han preocupado por quitarnos ese feo nombre de “senectud”, gracias por sus buenos propósitos, aunque cada quien tiene la edad que le dé la gana tener, todo va de acuerdo con el estado de ánimo que se tenga.

Por lo pronto, el mío está en el cenit con mi estancia en esta hermosa ciudad de Mérida. Hubiera querido asistir a la conferencia que Fernando Espejo Méndez sustentó en la Universidad de Yucatán, pero no me fue posible, pues ese mismo día llegué a la ciudad y no me enteré a tiempo. En cambio tuve la oportunidad de leer su conferencia en dos entregas publicadas en el Diario . Como siempre, excelente escritor Fernando, de prosa fina y delicioso humor. No le conozco en lo personal, pero sí a través de algunos de sus escritos y por las referencias que su primo Alberto Cervera Espejo (q.e.p.d.), amigo mío, hacía de él.

En la Universidad asistí a la audición que en nuestro honor —de los adultos en plenitud— ofreció la Orquesta Típica Yucalpetén. ¿Qué puedo decir si no lo mejor? Excelentes músicos los de mi tierra, sus interpretaciones vernáculas nos llenaron de emoción a los que asistimos y puestos de pie les tributamos nuestro aplauso merecido y prolongado.

Recorriendo los lugares de la Plaza Grande, en una librería del Olimpo, adquirí un libro recientemente editado: “Diccionario de escritores de Yucatán”, de Roldán Peniche Barrera y Gaspar Gómez Chacón. Lo he leído con profundo interés, pues su contenido nos ilustra sobre una faceta histórica de gran importancia: los personajes de la literatura de los siglos XIX y XX de nuestro Estado. Sin embargo, es importante anotar que la obra es aún limitada, quizá por ser la primera edición y comprendemos que no es asunto fácil hacer una investigación minuciosa que satisfaga las diferentes expectativas. Con respeto digamos que, ni están todos los que son, ni son todos los que están.

Asistí a la presentación del poemario “Estrategias para tomar la flor” del poeta Rubén Reyes Ramírez, en la sala audiovisual del Olimpo. Escuchamos al poeta referirse a su oficio de hacer poemas y las interpretaciones de los mismos por algunos actores, aunque siempre será más placentero escuchar la poesía de viva voz de los poetas, pues el timbre, la pausa, el énfasis y la emoción que el propio autor infunde a sus poemas nos permiten percibir conceptos que no están en las palabras.

El poeta siempre agregará algo más de poesía cuando él mismo diga sus poemas.

No faltaron en esta estancia breve, pero llena de amor al terruño, los panuchos, los salbutes, un relleno negro en Mejorada, lomitos de Valladolid en casa de Adonay Cetina y su esposa Rita María y desde luego el afecto de mis numerosos familiares y amigos. Hasta pronto.— C.G.R. — Mérida, Yucatán, 2003.

 

                                                                    
                                                             

                           UN POTRO LLAMADO "EL GRULLO


Por César González Rosado  (cuento)

Junto al portón cerrado, con la mirada triste y la cabeza gacha, esperaba la compasión de su amo; sus ojos reflejaban el crepúsculo. Insondables enigmas caían con sus lágrimas sobre la tierra calcinada por el Sol, que no dejaban huella alguna de su pesar.

Se llamaba El Grullo; era un potro que en sus mejores tiempos fue el rey del corral, el preferido de las hermosas yeguas de la cuadra. Su dueño: el pequeño Miguel, hijo del patrón de la hacienda Santa Cruz. Se había vuelto viejo, no tenía ya fortaleza para correr con su amo, quien ya se había convertido en muchacho, a cuestas. No compensaba su manutención y lo echaron del corral.

Desde entonces, El Grullo vagó sólo por las calles y en sus andanzas encontró nuevos amigos: los niños del pueblo, con quienes se encontraba a la salida de la escuela. Sus pequeños nuevos amos le prodigaron sustento, todos los días llevaban maíz y hojas de ramón que depositaban en las escarpas para que él comiera.

El Grullo correspondía dejándose montar y corriendo alegre por las calles pedregosas. Corría y corría con los pequeños en el lomo como ganándole al viento y todos los días, al anochecer, regresaba al corral cerrado. En el umbral del portón relinchaba nostálgico por sus mejores tiempos y se dormía cobijado en sus tristezas.

“Pancho Meé”, pintoresco personaje apodado así por su voz nasal, todos los días a primera hora se dirigía al trabajo en la fábrica de hielo. A las dos de la tarde, al terminar sus labores y para aliviar el frío de la tarea iba a la cantina. A las cuatro o cinco, después de ingerir varias copas de aguardiente con sus amigos, tambaleándose regresaba a su casa haciendo mil desfiguros que divertían a la gente.

En su camino, a veces se encontraba con El Grullo que pastaba solitario el verde zacate de las calles. Pancho montaba al noble animal y recostado sobre la parda crin dormitaba plácidamente, mientras El Grullo, con paso lento y acompasado, sin remilgo alguno, le llevaba hasta la puerta de su casa. Gracias Grullo, hasta mañana, decía “Pancho Meé” balbuceando con torpeza, al despedirse agradecido del generoso equino.

Un día, por las veredas del cerro que El Grullo solía trotar rumbo a la hacienda de sus antiguos amos, encontró al ya joven Miguel entre los matorrales gravemente herido; la briosa yegua que montaba se había desbocado asustada por una serpiente y él había caído. El Grullo, echándose junto al desleal amigo, logró que éste subiera sobre su lomo y cuidadosamente le condujo para que recibiera auxilio. En tanto, el joven, asido de la crin y recostado sobre el largo pescuezo del potro, entre sollozos, se arrepentía de su ingratitud.

Desde entonces, cuando el ocaso del Sol presagiaba la noche, El Grullo regresaba al portón del corral que permanecía abierto en su espera y cuando la alborada rayaba el nuevo día, presuroso, corría al encuentro de sus pequeños amigos.

 Naucalpan, Estado de México.

 

                                          
 

UN OFICIO EN EL QUE NO CABE LA TRISTEZA
( De Abolengo)
 
P. César R. González R. 


En mi trabajo no cabe la tristeza. Se requiere estar calmado, fuerte de nervios, conocer a las personas 
para ayudarlas en los momentos difíciles,
ser un poco psicólogo, porque algunas desesperan, gritan, lloran y a vecesse desmayan. 
Otros ríen y platican en voz alta como si nada hubiera
pasado.
 
En mi trabajo no cabe la tristeza, así lo aprendí desde niño, mi padre me
enseñó y a él mi abuelo y así para atrás, porque han de saber ustedes que
mi oficio es de abolengo, viene de muy antiguo. Por eso sé de muchas
historias que aquí han sucedido.

Aprendí de mi padre a preparar unos remedios con hierbas que crecen aquí
mismo, por entre las tumbas. Cuando chapeo, pongo cuidado en separar las
que sirven para los brebajes y si hay necesidad los ofrezco a las personas
que se ponen muy nerviosas y con ello me pagan un poco más.
 
Como ayer que vino doña Conchita a recoger los restos de su padre que
murió hace tres años. Le ayudé a sacar de la tumba el cajón carcomido por
la humedad. Se veía que el señor había sido una persona de gran estatura,
pues los fémures eran muy largos, más largos que los de otros esqueletos.
Uno por uno doña Conchita recogió los huesos de su papá, los limpió con un
cepillo y agua de jabón, mientras, rezaba. Los secó con una tela blanca y
los depositó cuidadosamente en una caja de hojalata con adornos repujados,
que don “Bib”, el hojalatero, había fabricado. Cuando la señora terminó la
tarea ya se ahogaba en llanto, por eso le ofrecí una infusión que le sentó
muy bien.
 
En la entrada del cementerio hay un clavo grande en la pared y un poco
abajo, una inscripción que dice: “En memoria de Don Cipriano Patrón,
descanse en paz, año de 1890”. Nadie se atreve a quitar el clavo, pues
dicen que a quien lo haga le caerá una maldición. Según parece, este
difunto murió aquí mismo. Mi padre me contó la historia y a él mi abuelo y
a éste mi bisabuelo, que también era sepulturero.
 
Pero nunca la cuento a persona alguna, pues don Cipriano fue una persona
de mucho respeto, era de los señores del centro, vaya, de los principales,
de los ricos de mi pueblo, de Espita. Por eso no cuento la historia, pues
sus descendientes podrían ofenderse..., bueno..., nada más a usted.
 
Alguna vez, en esos tiempos, después de un baile de mucho postín en los
corredores del palacio municipal, al que no podían asistir los mestizos,
nada más los catrines, un grupo de jóvenes que vestían de frac, así era la
moda entonces, ya medio borrachos hicieron una apuesta para ver quién era
el más valiente que se atreviera a clavar un clavo en la entrada del
cementerio, pasadas las 12 de la noche. Uno de ellos se ofreció y se
cruzaron las apuestas.
 
El joven se dirigió con martillo y clavo hacia el cementerio en las
afueras del pueblo. En esos tiempos no había luz eléctrica, así es que la
oscuridad era total, ni siquiera la luz de la estrellas, pues estaba
nublado, lloviznaba y soplaba un viento muy frío.
 
Don Cipriano, sin miedo a los espíritus que seguramente deambulaban por
los alrededores, presuroso y decidido llegó a su destino y con fuerza
golpeó el clavo con su martillo, ahí mismo, en la pared de la entrada del
cementerio.
 
Poco después los vecinos de las chozas de los alrededores escucharon
gritos de terror, de auxilio, que poco a poco cesaron hasta el total
silencio. Nadie se atrevió a salir de su casa, los vecinos del cementerio
no deseaban encontrase con algún ánima en pena. En tanto, los jóvenes
amigos esperaron infructuosamente el regreso de su compañero hasta que
decidieron todos dar por terminada la parranda, suponiendo que Cipriano
habría hecho lo mismo.
 
A la mañana siguiente mi abuelo llegó al cementerio para abrir, eran las
ocho de una mañana fría con mucha neblina y entre la bruma percibió un
cuerpo sentado, colgado de la cola del frac clavada en la pared. El joven,
sin darse cuenta, al intentar clavar el clavo, en su nerviosismo, había
cogido con la mano izquierda la cola, quizá porque le estorbaba, vayamos a
saber, de tal suerte, que un extremo quedó clavado en la pared.
 
Mi abuelo se acercó a la persona, le llamó, le sacudió y se dio cuenta que
estaba muerta. Era el joven Cipriano que había fallecido de un paro
cardíaco por el susto, al voltearse para regresar y sentir que alguien lo
jalaba de la cola del frac. Fue sepultado con muchos honores, pues no dejó
de reconocerse su valentía al ganar la apuesta.
 
A veces vengo por las noches, no más para ver qué se ofrece.
 
En realidad nadie viene a esas horas, pues la gente tiene miedo de los
espíritus. Tienen razón, pues se les ve salir de sus tumbas como
luminiscencias. Las personas leídas dicen que son emanaciones
fosforescentes de los huesos, pero algunas de esas luces tienen verdaderas
formas humanas. Por eso se asustan los del pueblo y prefieren permanecer
lejos cuando obscurece.
 
Y qué bueno que a veces vengo de noche... ¡No lo va usted a creer!...:
hace como un año escuché algunos ruidos en la tumba de un señor al que
había yo enterrado por la mañana. Se oía una voz débil, quejidos que
apenas se escuchaban. Con miedo, lentamente, me acerqué a la tumba y los
lamentos se oyeron con mayor claridad: ¡Sáquenme de aquí!, decía el
muerto. Me di cuenta que lo habíamos enterrado vivo, así es que abrí la
tumba y lo saqué.
 
Y es que ha sucedido ya, pocas veces por fortuna. Hemos encontrado ataúdes
volteados y abiertos con los restos de fuera, lo demás pueden ustedes
imaginárselo.
 
Al doctor que declaró muerto al sepultado lo metieron a la cárcel y éste
volvió con su familia y a su trabajo. Desde entonces, a las personas que
fallecen antes de enterrarlos les ponemos un espejo muy cerca de la boca;
si se empaña un poco, y hay que fijarse muy bien, quiere decir que “el
muerto aún está vivo”.
 
Me llamo Tranquilino Cupul, soy sepulturero de abolengo, y en mi trabajo
no cabe la tristeza. Si en algo puedo servir a usted, estoy a sus
órdenes.

Naucalpan, Estado de México.



 
 
 
 
 
 
 
 
            

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                          

 

 

 

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